Por: Marcia Castillo
Realizar un inventario psicológico de una persona en concreto sin observar o analizar su comportamiento in vivo no resulta tan sencillo y puede que en ocasiones sea poco efectivo, ya que no se puede ahondar en una exploración psicológica real.
Se trata de reunir documentos históricos, material testimonial o biográfico si existe, cualquier perfil psicológico llevado a cabo sin establecer contacto entre el profesional sanitario y el sujeto en cuestión pudiera ser impreciso, cosa que también ocurre si se trata de una persona fenecida.

Muchas son las tesis que han acuñado los investigadores desde anormalidades en el gen AVRP1, que regula la capacidad de generosidad y empatía en los seres humanos, así como se ha estipulado alteraciones morfoanatómicas de las estructuras ontogénicamente más primitivas en el desarrollo cerebral humano que conocemos como cerebro reptiliano o complejo R, esta estructura, junto con una parte del sistema límbico está implicada con el dominio, la agresividad, la defensa del territorio y la ubicación en la cúspide de una jerarquía vertical indiscutida, según explica Daniel Eskibel.
Por otro lado, Jerrold Post, director del programa de Psicología Política de la Universidad George Washington, sostiene que muchos dictadores sufren patología “borderline” situándose, por lo tanto, en la frontera entre la neurosis y la psicosis, ambas son escenarios proclives a trastornos psicóticos, esquizoafectivos y otras afecciones de la paleta neuropsiquiátrica.
No obstante, y lejos de ser reduccionistas, sabemos que no podemos subsumir todo lo de la personalidad del “Tirano” a detritos anatómicos y genéticos, debemos ver al hombre de manera holística y aquí adherirnos al concepto de ser humano como ente biopsicosocial y muy recientemente también espiritual, hay que resaltar todas las aristas para salirnos de las medianías de un ser “bueno o malo”.

Si vemos las dos caras de la moneda y recordamos a los empiristas en su mayor representante, John Locke, quien sostenía que el niño viene con una mente en blanco, la famosa tabula rasa, teoría que propone que cada individuo nace con la mente «vacía», es decir, sin cualidades innatas, de modo que todos los conocimientos y habilidades de cada ser humano provienen exclusivamente del aprendizaje, a través de sus experiencias y sus percepciones sensoriales en contraposición con los postulados innatistas.
No se nace tirano, se hace un tirano, según Locke. En el reverso de la misma moneda, está el innatismo enunciando que algunos conocimientos (o todo el conocimiento) es innato, por tanto, no adquiridos a través del aprendizaje o la experiencia, repuntan que nacemos sabiéndolo o que estamos determinados a adquirirlo. La palabra «innatismo» ya sugiere algún tipo de idea, conocimiento o contenido mental que está presente en el momento en que un organismo nace “no es adquirido o aprendido por este”.
Para poder hablar del adulto dictador en un perfil psicológico hay que mirar por el retrovisor fragmentado de la infancia, esa patria lejana pero incesantemente viva de estos hombres, de sus núcleos familiares, de sus bagajes, sus constructos sociales, sus lastimaduras, hay que extender con ojo escrutador y científico la mirada a la niñez y palpar con agudeza cómo se van acrisolando estos comportamientos despóticos, violentos y sanguinarios, en qué punto, tristemente sin retorno, el hombre se convierte en lobo del hombre. Stalin, Gadafi, Hitler, Mao, Mussolini, Franco o Trujillo ¿qué tuvieron en común? Pero esto lo discutiremos en una próxima entrega.
La autora escritora y médica neuróloga.