Compadre Mon (y 5)
Estos tercetos podrían, de igual modo, ser sextinas, en virtud de que posibilitan una división en hemistiquios de siete y seis, así como de seis y cinco sílabas. (“Y aquí, Compadre Mon, aquí en el río / cabe el cielo, lo mismo que en tu mano / cabe la historia de tu caserío” [13/13/12] que podrían convertirse en un sexteto: “Y aquí, Compadre Mon, / aquí en el río / cabe el cielo, / lo mismo que en tu mano / cabe la historia / de tu caserío” [7/6/5/7/6/6]).
Después de todo, sólo el endecasílabo ha mantenido en la versificación moderna un cierto parecido unitario y rítmico con el hexámetro griego, integrante de los llamados metros heroicos, donde cada sílaba [breve o larga] envuelve un sonido enraizado con la historia.
Objeto literario proveniente de un productor independiente de los cuarenta, Compadre Mon es un poema al que se debe estudiar con detenimiento; sobre todo porque en la totalidad de sus ritmos encuentra residencia una gran variedad de correlatos, no sólo en conexión con la historia nacional, sino con las coyunturas comprendidas en ese estadio en que salió a la luz.
Una característica explícita en su tejido —que ha sido norma en la producción poética de Manuel del Cabral— es su enorme desigualdad estructural, porque como un aeda solitario, al parecer no aprendió a confiar sus creaciones a una revisión metódica.
De ahí, no hay dudas, de la enorme cantidad de flecos encontrados en sus publicaciones. Pero eso es lo de menos: Del Cabral tiene virtudes sobradas para ser considerado como un poeta continental. Sólo bastaría detenerse, brevemente, en su monumental obra, donde sobresale una magistral poética.
He aquí los primeros versos de Compadre Mon:
Por una de tus venas me iré Cibao adentro. / Y lo sabrá el barbero, aquel que los domingos / te podaba las barbas / como quien poda un árbol de la patria.
Y también Domitila lo sabrá, Domitila / que mientras comadreaba tenía entre las manos / unos duendes que hacían pan sabroso hasta el lodo. / Y hablo de Domitila, porque sin esa cosa… / quizá ni tu revólver fuera un poco de pueblo. / Porque ella fue tu risa, fue tu pan y tu catre. / ¿Qué hubiera sido entonces de esas cosas humildes /
que tocaron tus manos, tu calor, tus pisadas?
Tu caballo / hubiera sido siempre una bestia cualquiera. / Tal vez sin estas cosas los muchachos con sueño / ya hubieran enterrado tu pistola, tu espuela; / todo lo que en tu cuerpo y en tu aire / es la tierra que quiso no quedarse dormida.
Porque tú, que no fuiste nunca niño de escuela, / a la escuela te llevan en la boca los niños. / Es que no quiero hablar de tus cosas mayores, / ni aún de aquella extraña madrugada / en que diste órdenes a un soldado / para que repicara las campanas
por tu llegada al pueblo.