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Efraim Castillo

La narrativa yugulada (Y 3)

Los sobrevivientes de la dictadura que siguieron escribiendo junto a los que lo hicieron post-Trujillo-mortem, sin lugar a dudas estuvieron yugulados por la ausencia de una crítica capacitada y conocedora de la teoría literaria.

De ahí, que salvo pocas excepciones, la narración breve dominicana y la poética en su conjunto no lograron reproducir los hitos sobresalientes de nuestra historia, limitándose lo mejor de esa literatura [sobre todo la narración] a evocar o ficcionar un folklorismo disfrazado de costumbrismo o imitar estilos importados. Peix, en La narrativa yugulada, traza y separa por ejes lo que afirma son “los tres eslabones del cuento dominicano”, pero no ahonda en los motivos ideológicos ni ontológicos que motivaron esos ejes.

El primero de los ejes Peix lo inicia en 1930 y lo extiende [con intervalos de silencio] hasta finales de la década de los 50]. El segundo de esos ejes Peix lo agrupa entre el breve período que siguió a la muerte violenta de Trujillo [1961] y la revolución de abril y guerra patria de 1965, que reúne umbilicalmente a los escritores premiados en los concursos de La Máscara. El tercer eje Peix lo ubica en 1970.

Pero creo que por la ausencia de una estructura orgánica, esos ejes de la cuentística nacional no podían concentrarse así, porque el vacío aludido por Peix [extendido por varios años hasta la muerte de Trujillo] debió ser sometido a un juicio crítico capaz de desentrañar las causas profundas de ese silencio, de la misma manera en que el propio Peix explica el “interregno de breve esterilidad que siguió a los concursos de La Máscara” y que, según él, “constituyó la sustancia de la supuesta yugulación”. No obstante, en su antología, Peix recopila con honestidad cuarenta años de narrativa breve nacional, algo que es materia fundamental para el historiador literario.

Las narraciones recopiladas —no sé si publicadas tras conversaciones con sus autores— podrían representar la máxima expresión de los cuentistas, aunque tengo la sospecha que no, como en mi caso, que habría preferido la inclusión de alguna narración mía que hubiese escapado del solipsismo cargado de subjetivismo que me arropó durante los años 1966-68. Por eso creo que esta antología debió ser ampliada, ordenando históricamente los prodigiosos relatos que evadieron la censura dictatorial y reprodujeron los trastornos sociales que nos apesadumbraron en medio siglo de existencia.

Sin embargo, para seleccionar las narraciones contenidas en su antología, Peix demostró algo que en nuestro país escasea y de lo cual Toynbee aconsejó a Occidente: paciencia [leer su monumental “Estudio de la historia”].
Paciencia para investigar y soportar los descréditos, paciencia para enfrentarse a los enemigos, y paciencia para leer.

Pero quizás la paciencia que debemos cultivar con mayor vigor sea esa que envuelve las categorías, organizaciones y sistemas en los saltos de la historia y construye la cultura. Porque —es bueno apuntarlo— el resumen de una antología de narrativa breve, aunque aglomere un lapso de cuarenta años, forma parte fundamental de lo que somos.