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Convergencia

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Efraim Castillo

Urbe amada

En agosto del 2003, Miguel D. Mena me hizo una extensa entrevista que editó luego con el título Los años de la arcilla: haceres literarios de Efraim Castillo. Una de las preguntas de Miguel giró en torno a Santo Domingo, nuestra ciudad capital. He aquí la pregunta de Miguel y mi respuesta.

MIGUEL: Al pensar en el Santo Domingo de tu infancia [Ciudad Trujillo], tengo que retrotraerme a algunas zonas que, a mí, me llegaron a tocar. Aparte del Instituto del Libro, de la Casa Amengual, de la Biblioteca Hostos, había un mundo que cartográficamente acababa en la avenida Máximo Gómez. ¿Cuál era tu ciudad íntima?
EFRAIM: En Currículum (El síndrome de la visa), El personero y Guerrilla nuestra de cada día (cuyo primer título fue Diario de una sanguijuela cuando la escribí en 1964), que forman una trilogía, la ciudad es parte de la trama, una actante, un functivo, una aglutinante de pasiones, una esfera de acción para conectar [más allá de la metáfora] a los personajes con los recuerdos.

La ciudad, en mi trilogía, se convierte [como la imagen en el cine] en metonimia pura, nunca en ruta emocional, porque en sus seis mil años de vida, la urbe ha trazado la acumulación de la historia y la historia es cronología, risas, llanto, crecimientos, masacres, y por lo tanto, también goces, nostalgias, transformaciones. Por eso, en la Santo Domingo de hoy no ya se escuchan los sonidos de campanas. Lo que nuestros oídos perciben hoy es un constante rugir de iras, bocinas, insultos y rugidos de vehículos embotellados.

Pero no debemos morir del susto, Miguel, porque Santo Domingo es un río que corre hacia el mar y, como tal, ha sido represada, asaltada desde Ovando, y será cambiada perpetuamente por los gobernantes de turno. A Balaguer se le ocurrió ampliarla y vestirla con los materiales favoritos de las dictaduras, rompiéndole el corazón a base de varillas y hormigón. Leonel le perforó los intestinos con viaductos subterráneos, y ahora la talan, la amordazan, la despedazan con los cuchillos de una intelectualidad trepadora.

No, Miguel, ya esta no es la ciudad de la barbería de Marión, ni de La Margarita, ni de las ‘’chopas’’ del Parque Independencia; ni siquiera es como aquella ciudad de Konstantinos Kadafis, a la que la inmortalizó con versos [“No hallarás otra tierra ni otro mar. / La ciudad irá siempre en ti…”] que producen ese jaal polaco vivido por Chopin al recordar Varsovia. ¡Por eso mi furia crece al recorrer esta Santo Domingo, cuyo crecimiento ha sepultado con ruidos, tapones y groserías la urbe que vivió mi infancia!

Sí, Miguel, esta ha sido una ciudad reinventada constantemente; una ciudad que asustaría a Arnold Toynbee, el historiador para quien la ciudad debía ser, ante todo, ‘’un centro cívico organizado en cuyos edificios, murallas, casas, templos, centros comunales, casa de gobierno, mercados y ágoras, debían guarecerse los ciudadanos y su historia’’ (1967). Sí, Toynbee moriría en el intento de descifrar este crimen.