Como periodista-reportero, y a veces redactor de planta, no me valió de nada ser el “rey de la puntualidad”; teclear rápidamente; dejar todo listo, y marcharme a mi barrio a compartir con mis circunvecinos.
No debí únicamente trabajar periodismo; hube de ser ‘periodista’; es decir, a la usanza de segmentos con ínfulas de ente público importante y, sobre todo, utilizar mi profesión como pase para abusar del tráfico de influencia; y, además, incurrir en actos de corruptelas.
Al igual que algunos grupos de la etapa que comprende la mitad de los 80 en adelante; debí acercarme al funcionariado, buscar prebendas, haber cabildeado una confortable vivienda donde vivir decentemente, y tener más o menos ciertos recursos económicos que, aparte de otros inconvenientes, no me hubiesen obligado a vivir fuera del país.
He peleado sin ningún sostén que no haya provenido de mí esfuerzo; sin resorte oficial como otros que, aún sin ostensibles luces intelectivas, hicieron “amarres” con importantes fichas de nuestra política vernácula.
Tal vez debí obliterar mis principios y flirtear como los que, de alguna forma, por sus inconsistencias; los arquitectos de la corrupción contemporánea, todavía tienen vigencia. Debo admitir que tarde me di cuenta de que la corrupción genera bienestar y hasta libertad. Tenía que ser un periodista de aquellos que elaboran un prolongado artículo sobre algún tema, pero siempre terminan loando a cuál que sea el presidente de turno, y defienden lo que todos saben es indefendible.
En verdad, en República Dominicana, estos profesionales “habilidosos” que nadie audita ni fiscaliza, se sienten felices; no son acosados por carencias elementales. En consecuencia, respiran, literalmente, plena libertad y bienestar. De ahí, sus pasos licenciosos.
Es mentira lo que dijo hace poco el presidente Luis Abinader ante jóvenes recién graduados de que ser honestos y prudentes como profesionales nos hace exitosos. Otra vez digo, ¡mentira! Si no somos corruptos o apoyados y empujados por representantes de sectores influyentes, y no se es tolerante con el orden de cosas; triunfar como profesionales, equivale al ingente esfuerzo de un Sísifo.