No importa el país en el que usted se encuentre, el fatídico germen de la corrupción administrativa siempre será difícil de erradicar en su totalidad. Incluso, antes de la llegada de nuestro señor Jesucristo a la tierra ya este irritante fenómeno estaba haciendo estragos en la sociedad de aquella época.

Tal parece que la naturaleza humana incita al hombre a delinquir esperanzado en un rápido enriquecimiento de la noche a la mañana, sin importarle para nada las consecuencias. Ignorando que un comportamiento de esa magnitud no sólo estremece a sus familiares, sino además que repercute en todos los ámbitos de la sociedad.

El caso es que los dominicanos hemos sido (y todavía lo somos) testigos presenciales de actos corruptivos por décadas incontables. Y resulta que pocos han sido los corruptos o corruptores que, una vez comprobada su acción perversa, alejada de la ética y la moral pública, han sido sometidos y condenados ante esa acción reñidas con la Ley. De acuerdo con nuestras leyes se debería sancionar y castigar a todo funcionario o simple servidor público que pretenda adueñarse de los fondos del Estado. Actuemos, pues.

El presidente Danilo Medina es un hombre de un comportamiento ético demostrado ante la sociedad. Y a nadie dentro del tren gubernamental se le puede permitir que juegue a hacerse millonario ocupando una posición dentro de la administración pública.