Estamos bajo el dominio de un gobierno que ha desandado 41,173 kilómetros cargado de promesas, improvisaciones y de incumplimientos, y entregado a la innoble tarea de despilfarrar el dinero público con fines de permanecer en el poder.

Un mal camino. Pero es de reconocer que transcurrido el primer año fue de mucho respeto para la persona del presidente de la República y su entorno, casi un frenético devotismo a su figura y su palabra, sin haber perturbado la armonía con la opinión pública, todo a su favor, y fascinación por la pretensa fiscalía independiente, la transparencia y la lucha anticorrupción.

Pero todo fue escaramuza de adictos a la urdimbre para las fuertes acusaciones a los salidos del poder pues en poco tiempo pudimos apreciar que hubo todo un rogatorio para que el Divino Creador hiciera del Presidente una suerte de “dios vivo”, poseedor de un muro de contención a las malas conciencias de ese pasado estremecedor para enrostrarle todas las debilidades intrínsecas atadas a sus conductas. Sin embargo, no hubo que esperar mucho tiempo para ver como entre sus compañeros se daba inicio, con un desparpajo increíble, como grupo de oficiantes de su altar político, promoviéndole servilmente y dándole riendas sueltas a prácticas corruptas y a decisiones torpes e irreflexivas en la conducción del Gobierno, que menoscaban su propia credibilidad.

Hoy lucen la inexcusable debilidad de que todo es de dudosa verdad, que faltan bríos y fuerzas para enfrentar con firmeza las altísimas responsabilidades del Estado.

Ante tantos errores se pretende entonces descargar la ira y lo más condenatorio, deprimente y vejaminoso sobre un Leonel Fernández redivivo, que ha resistido todas las agresiones verbales y ha sabido erguirse caballerosamente y reducir al silencio a sus contrarios. Y el resultado de tal rechazo es un opositor aclamado, bañado de masas de jóvenes, y temido por adversarios rematadamente paralizados por una oratoria puntillante y admonitoria. Otro cruce de caminos?