Opinión Testigo

Cuando el talento no basta

Cuando el talento no basta

José Antonio Aybar

El talento es, sin duda, un don. Una virtud que despierta admiración, que llena escenarios y que, en muchos casos, construye carreras brillantes. Pero el talento, por sí solo, no es garantía de integridad ni de inteligencia emocional. La historia, una y otra vez, nos muestra que la genialidad artística puede coexistir -y a veces incluso esconder- profundas carencias humanas.

Un artista talentoso e inteligente posee un poder inmenso: el de abrir puertas insospechadas, influir en generaciones y dejar huellas más allá de su obra. Sin embargo, cuando el talento no va de la mano con una formación ética sólida, con valores cultivados desde el hogar, el resultado puede ser trágico.

El arte, en manos de alguien sin brújula moral se convierte en una herramienta para alimentar el ego, no para enriquecer el alma. En estos tiempos donde la fama se mide en seguidores y likes, donde la popularidad muchas veces eclipsa al carácter, vemos cómo algunos ídolos se desmoronan ante la primera herida narcisista.

Su ego, hinchado por la adulación, no tolera la crítica ni el conflicto. Y en vez de recurrir a la razón o a la autocrítica, optan por la confrontación, por la violencia simbólica o literal, por decisiones que rayan en lo delictivo.

Es ahí donde se cae el velo. Donde el personaje público, vendido como humilde y cercano, muestra su verdadera cara: una marcada por el resentimiento, la envidia y la falta de respeto. Ya no queda rastro del artista sensible, solo un ser envilecido por su propia incapacidad de manejar la frustración.

Y lo más doloroso es que estas acciones muchas veces afectan a quienes más los han apoyado. A esos aliados silenciosos que estuvieron ahí en sus peores momentos, y que ahora reciben la traición como pago. Porque la falta de inteligencia -esa que va más allá del coeficiente intelectual- ciega, nubla el juicio y justifica lo injustificable.

El santo cae, y al caer, nos recuerda una verdad incómoda: no todo el que brilla es oro. A veces, solo es ego disfrazado de virtud.