A nuestro padre, quien llevaba un nombre de almanaque, Inocencio, una querida se lo llevó a Nueva York después de la guerra. Trabajando allá en una factoría, quien nos engendró se llevó dos dedos de una de sus manos, recibiendo una buena suma de dinero en compensación por el accidente.
Con ese capital puso un bar, pero lo quebró, ya que llegó allá con el hábito de hacer fiestas kilométricas aquí con Los Reinosos, en cuyas parrandas figuraba hasta Tatico Henríquez.
Cuando murió allá en medio de esa vida placentera dejó en herencia poca cosa, pero a la casa de nuestra madre comenzaron a llegar cartas, que ya no traían el money orden a que nos tenía acostumbrado nuestro padre, sino un «papelo» en inglés, dando cuenta de lo que le tocaba a la familia.
Eso nos llevó a tener que emplearnos a fondo en el estudio de ese idioma, que como decía Federico Engels su dificultad estaba en que Babilonia se escribía como Mesopotamia.
De ahí que cuando llegamos a Nueva York por primera vez, aunque no podíamos hablar ni escuchar porque todo se quedaba en el pensamiento, si leíamos los letreros y los menús en los restaurantes.
Como no podíamos negar a nuestro padre, lo que mejor pronunciábamos era “how much a beer”, cuánto vale una cerveza. Por eso nos impactaba tanto un mendigo que estaba en la cabeza del puente que une a Manhattan con el Bronx con una pancarta que decía “Why lie, I need a beer”, por qué mentir, yo necesito una cerveza.
En viajes sucesivos para cobrarles Vanguardia del Pueblo a los peledeistas, nos acompañó al Bajo Manhattan un amigo de aquí llamado Ricardo. Cuando íbamos a comprar la tarjeta para abordar el tren nos arrastró hacia la máquina para enseñarnos.
Al ver las indicaciones en la pantalla comencé a decirle “dale aquí”. Sorprendido, nos dijo “Grullon y cómo tú sabes”. El no leía las indicaciones. Su conocimiento en el manejo de la maquina era vivido, ignorando el idioma.
Cuando llegamos a la esquina más famosa de Down Town, La 42, nos dijo “Grullón ésta es la forty-two, no sé por qué los americanos le dicen Forty Second”. He ahí otro ejemplo de una posición vivida.
Y todo esto viene a cuento porque Juan Bosch decía que la diferencia entre el PLD y el PRD era que el Partido morado tenía una posición pensada y el Partido blanco una posición vivida.
Si el Partido fundado por Bosch deja de reunirse para discutir abiertamente sus diferencias internas, pasará a ser una organización de posición vivida, lo que lo llevaría a una situación incontrolable para una dirección que aprendió a dirigir a un PLD, no a un PRD.