Por una deformación sociológica, producto del capitalismo tardío, deformado y dependiente en que vivimos, la mayoría de nuestras autoridades se ocupa más en lucir que hacen favores, en lugar de reconocer derechos. Así mantienen una red clientelar y una práctica patrimonialista con fines politiqueros.
Esa mala conducta permea la administración pública desde la creación de la República hasta nuestros días. Además, castra el desarrollo de los ciudadanos.
Ciertamente, las personas no se sienten con respaldo institucional para reclamar derechos. Y se cuidan mucho de hacerlo para no herir la susceptibilidad del funcionario de turno. Prefieren solicitar y gestionar el cumplimiento de sus derechos por la vía de los favores. Y se ocupan de manera especial de hacerle saber al que decide que si los complace quedará en deuda y que sabe ser bien agradecido.
Muchos de nuestros políticos terminan convencidos de que los agradecidos por los favores que realizaron en su gestión votarán por ellos. Lo más terrible es que los ciudadanos dignos y conscientes de sus derechos, que no lucen mendigar favores, tienen serios problemas en sus diligencias. Se las ponen en China.
Más aún, al ciudadano que desea vivir con decoro, respetándose a sí mismo y a los demás, que es capaz de reclamar el respeto de sus derechos, y que no les teme a los funcionarios con mentalidad de trujillitos, se le etiqueta como conflictivo. A partir de ahí son muchas las puertas que se le cierran, y la mala noticia corre en su contra como verdolaga.
Resulta sintomático que muchos dicen que más vale una pulgada de buena voluntad del que decide, sea este juez, ministro o director, que kilómetros de derecho. Ese criterio se corresponde con la cultura clientelista, patrimonialista, corrupta y manipuladora que hemos desarrollado.
Y con esa mentalidad vamos dando tumbos de borrachos en la construcción de una ciudadanía empoderada en sus derechos y comprometida con sus obligaciones.
Ningún país alcanza un verdadero progreso con ese terrible escenario. Y lo verdaderamente lamentable es que es real, no hipotético. Esa situación solo podrá comenzar a superarse cuando se cumplan los mandatos constitucionales.
La aseveración de que en nuestro país no hemos desarrollado una verdadera ciudadanía no es descabellada. Hay ciudadanos, pero todavía no tenemos ciudadanía.
Esa es la verdad, monda y lironda.
Debemos actuar como cuerpo social, no como individuos aislados, en el ejercicio de los derechos y en el cumplimiento de los deberes. Es tan grave esa realidad que cuando un ciudadano reclama sus derechos, la mayoría entiende que es demasiado exigente y que se cree por encima de los demás. Y los demás son los que buscan favores, y renuncian a sus derechos.