Lo dicho por el presidente de la Conferencia del Episcopado de Haití, de que no cree que en República Dominicana se practique desde el Estado una política racista contra inmigrantes haitianos, constituye un valioso acto de desagravio a favor de una nación que durante mucho tiempo ha sido objeto de burdas acusaciones de fomentar forma de discriminación étnica.
Monseñor Chibly Langlois refrendó el informe sometido ante el Comisionado de los Derechos Humanos de Naciones Unidas (ONU) que señala que ni el Gobierno ni el Estado propician o toleran prácticas de tipo racista, con lo que la Iglesia haitiana coincide con el planteamiento levantado por autoridades nacionales para defender la patria de tal infamia.
El prelado ha dicho que, como en cualquier lugar del mundo, aquí se producen agresiones y hostigamientos aislados, pero organizaciones nacionales y foráneas presentan tales incidentes como prueba de que el gobierno dominicano persigue a inmigrantes por razones étnicas. La ONU reconoció lo que definió como indiscutibles y significativos logros del país en materia de derechos humanos y tras analizar el Quinto Informe Nacional, certificó que República Dominicana no es un Estado racista.
A ese reconocimiento diplomático se une la categórica afirmación del líder de los obispos haitianos de que aquí no existe ni se fomenta un sentimiento nacional contra Haití.
Con instigación y financiamiento de grandes metrópolis y familias acaudaladas de Estados Unidos, se mantiene desde hace tiempo una vigorosa campaña a nivel internacional contra el gentilicio dominicano, al que se presenta poco más que un Estado donde prevalece el apartheid en contra de una minoría nacional.
El tiempo se ha encargado de demostrar que el pueblo dominicano y sus autoridades, más que fomentar exclusión o persecución étnica, ha sido un conglomerado generoso con sus vecinos, con quienes ha compartido lo poco o mucho, sin otro interés que fomentar la solidaridad y comprensión entre dos naciones signadas a compartir la isla Hispaniola, bajo cielo de diversidad y soberanía.

