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Diálogo en otra fase

Diálogo en otra fase

Luis Pérez Casanova

El recurso del diálogo se ha planteado como alternativa para explorar una salida a la candente crisis de Venezuela. Si bien el diálogo ha sido históricamente el instrumento más eficaz con que ha contado la civilización para dirimir conflictos, en el caso de la nación suramericana cualquier conversación o arreglo tiene necesariamente que pasar por la demostración del presidente Nicolás Maduro, con pruebas de que ganó la reelección en buena lid.

Si no es así, cualquier conversación, aunque la promueva Donald Trump, sería legitimar la estocada al sistema democrático en la patria de Bolívar.

Antes de las elecciones del 28 de julio del año pasado procedía el diálogo que se efectuó entre el Gobierno y la oposición para definir las reglas de juego del proceso.

El oficialismo apeló a todos los ardides habidos por haber para forzar una abstención, que no logró, de la Plataforma Unitaria Democrática, conformada a última hora alrededor de la candidatura presidencial del exdiplomático Edmundo González Urrutia. La Mesa de la Unidad Democrática había sido inhabilitada en 2018, lo mismo que la nominación de la principal líder opositora María Corina Machado. También se bajó de la contienda a la sucesora.

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En las negociaciones el Gobierno no cedió más que en la incorporación de un representante de la oposición en el Consejo Nacional Electoral, quien, tras las elecciones, reconoció que no se habían validado las actas que sustentaban la falsa victoria del presidente Maduro. La coalición unitaria resistió con estoicismo la tenaz embestida del oficialismo, a la que se agrega la restricción del sufragio en el exterior, salvo algunas excepciones, y el veto a observadores internacionales no invitados por el Gobierno. Si se permitió la presencia del Centro Carter fue para guardar las apariencias.

Tras el rechazo que generó la proclamada victoria de Maduro sin que el Consejo Electoral mostrara las actas, aliados del chavismo como los presidentes Lula da Silva, de Brasil, y Gustavo Petro, Colombia, conformaron una comisión mediadora con la esperanza de que en los comicios se respetara la voluntad popular. Pero el resultado fue que Lula y Petro terminaron por desconocer el triunfo de Maduro y no asistieron a su juramentación. No importa que tampoco hayan reconocido, como lo han hecho varios gobiernos, la victoria que reivindica el candidato opositor.

La secuencia de los acontecimientos plantea que en lugar de un diálogo que legitime el zarpazo del presidente Maduro, lo que tiene que promoverse y de lo que tiene que hablarse es de las actas para transparentar los resultados de la contienda. De no ser así, no hay diálogo que valga con el golpe de Maduro.