Editorial

El Caribe

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La V Cumbre de la Asociación de Estados del Caribe (AEC), que se celebró en Puerto Príncipe, Haití, representa otro paso importante en su necesaria consolidación como bloque regional para explorar y defender soluciones a problemas comunes. Tras superar variados obstáculos, se trata de una tendencia que ha ganado cuerpo en todas partes a través de diferentes mecanismos de integración.

De la misma forma que República Dominicana y Haití tienen muchos elementos comunes, también el resto de los países que se han comprometido a trabajar para una región caribeña fuerte y unida. Esa visión es la que tiene que prevalecer de cara a un futuro más cordial y promisorio, sobre todo en esta nueva etapa, que tanto allana el camino, caracterizada por la globalización y la apertura de los mercados.

La AEC surgió como una entidad para consulta, cooperación y acción concertada en la esfera del comercio, transporte, medio ambiente, turismo sostenible, desastres naturales y otros embates propios de la zona. El objetivo de la cumbre es fortalecer los fundamentos que motivaron su creación en 1994 en Cartagena de Indias, Colombia.

Diferencias idiomáticas y culturales no son más que expresión de la diversidad, pero en modo alguno óbices para fortalecer la unidad que tanto necesitan los países del área para fomentar el turismo, el intercambio comercial y las relaciones bilaterales. Bloques como el Centroamericano y la Unión de Naciones del Sur (Unasur) son buenos ejemplos de integración.

Los países caribeños no pueden ser ajenos ni vivir de espaldas a su realidad histórica y condición geográfica. En beneficio de sus habitantes tienen que buscar la forma de acercarse y consolidarse como un bloque tanto para potenciar su fuerza como para luchar, a través del intercambio, por la superación de sus problemas.

Cumbres como la de Puerto Príncipe representan una oportunidad para avanzar, a pesar de las reservas que implica el olvido de la pomposa declaración con que siempre se cierran. Lo ideal, sin embargo, es que los acuerdos a que se arribaron, que en gran medida sintetizan el sentir de los participantes y de los pueblos, se puedan llevar a la práctica en un tiempo prudente.

La presencia como observador del presidente chileño Sebastián Piñera es muy emblemática. Pero la verdad es que el dominicano Danilo Medina y los demás gobernantes que asisten al evento harían un gran aporte si evitan que la “Declaración de Petionviille” no sea más que agua de borrajas.

 

El Nacional

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