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El concho en RD, vergüenza mundial

El concho en RD, vergüenza mundial

Si usted se monta en un carro del concho o en una guagua voladora, debe saber que el chofer puede llevar consigo bien camuflado, además de las ganas de transportarlo, un arsenal propio: un bate, una pistola, un machete, una cadena. No me asombraría que a dicha parafernalia agregue un arnés o un chaleco antibalas.

Montarse en un vehículo del concho es someterse a la incomodidad, la indignidad y a las peripecias de ser un simple peatón o su perfecto sinónimo: un don nadie. En un espacio de tres personas, montan cuatro, asientos sucios y destartalados, con vidrios que a veces no suben ni bajan; e imagínese qué pasa en un país que el día más claro llueve.

En ese exiguo espacio hombres, mujeres y niños, entremezclados y arrebujados, chocan sin querer y por necesidad, primero lo intangible: el aliento, luego, lo físico y lo que hace vulnerable: hombros masculinos con senos, traseros con traseros, caras maquilladas con caras abarbadas, espaldas sudadas con manos, las rodillas acalambradas con otras pues el más simple movimiento es rozarse con otra. Aquí los pobres no comparten en los espacios públicos, sino por obligación en vehículos del concho.

Quien maneja a veces el armatoste público es un energúmeno: la facha lo delata: en camisilla, con cara de poco amigo, con chancletas. Otras veces es un hombre honesto, que de sol a sol y que de hito en hito la dignidad y las ganas de sobrevivir carga.

“Péguense como anoche”, afirman los choferes, burlonamente y con frase que acumula gran desfachatez, a cansados usuarios que se aglutinan como sardinas en pequeños e incómodos espacios. No hay otra opción: es montarse o quedarse. Y si a usted se le ocurre protestar o quejarse, una voz insultante le dirá: “si usted quiere ir más cómodo cómprese un carro”.

Una periodista del New York Times que estuvo en el país observó este panorama y reaccionó asombrada al hecho de que aquí existiera el concho, esta forma tan aberrante de transportar seres humanos. No me extraña que aquí ya esta realidad le resbala a autoridades y medios de comunicación. Como tampoco extraña que el mejor libro sobre Trujillo, bestia del antiguo zoo político, lo haya escrito un extranjero: La muerte de un dictador, Bernard Diederich, y el más publicitado y vendido, La Fiesta del Chivo un ex peruano: Mario Vargas Llosa. De fuera vendrán y con mayor certeza nuestras cosas y taras verán.

Si observamos quienes dirigen a estas pobres gentes del volante, el panorama es sabroso. Más que como presidentes de asociaciones bien ordenadas o con reglas, los directivos de éstas, se manejan al mejor estilo de la mafia: ordenan asesinatos, desmontan pasajeros, entran a tiros o a machetazos a quienes “conchan” sin su consentimiento. Son el rufianismo hecho gente.

No es raro que sus más encumbrados dirigentes hayan visto alumbradas sus oscuridades por los flashes de la justicia. Verbi grati: Blas Peralta.

La realidad que a uno no le molesta no puede ni tiene ánimo de transformarla. Y eso les pasa a las autoridades. ¿Qué es el Intrant? Si no ha podido desaparecer o borrar el concho como sistema de transporte público, con todo y su teoría y aspavientos de modernidad y reglamentos, es una antigualla maquillada.

Si Dante Alighieri hubiese conocido el concho dominicano, lo hubiese también incluido como castigo estelar, en uno de sus círculos, un paseo en un carro público, montarse con uno de estos personajes y hasta entablar diálogo.
Cuando se empieza a conseguir dinero, lo primero que alcanza a elucubrar un dominicano es a armarse o montarse. La psiquis lo domina: protegerse o escaparse de ser un vulgar peatón es su más ordinario instinto. Y tiene razón: la realidad da en la cara aunque uno trate de ignorarla.
Y me despido ahora y me conduelo, de usted y de mí mismo, cuando debe decir: chofer, ¿derecho?
El autor es escritor y periodista.

El Nacional

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