Opinión

El juez político

El juez político

Julio Martínez Pozo

Es materia sabida que a partir de 1989, con la caída del muro de Berlín acudimos a los que Francis Fukuyama definió como “El fin de la Historia y el último hombre”, que marcaba el predominio universal de la democracia liberal liderada por los Estados Unidos, pero a partir del 2001, y sobre todo después del 2008, se empezó a hablar de otro actor mundial cuyas políticas fiscales y monetarias alcanzaban repercusiones mundiales, con siglas que terminaron haciéndose muy familiares entre los opinadores mediáticos: los países BRICS: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica.

La primera letra de esa denominación empezó a generar preocupación muy especial en los Estados Unidos porque, éste imperio no había triunfado en la Guerra Fría para que otro de su propio continente empezara a tener el protagonismo global que estaba alcanzando Brasil, con empresas como Odebrecht y Embraer, que se colocaron muy por encima de sus similires estadounidenses.

De buenas a primeras el Departamento de Justicia norteamericano descubrió el que designó como el caso de sobornos más grande de la historia, que en su país se saldó  con una negociación económica, pero presionó a todas las naciones de la región con dependencia comercial de la economía americana, a que judicializaran todos los desprendimientos de lo que en Brasil se bautizó como caso Lava Jato, y fuera de ese país, los sobornos de Odebrecht, que en la República Dominicana culminaron en una comiquería judicial: la condena de un sobornador sin sobornado, y la condena a otro imputado por un tipo penal distinto al de la acusación, se le juzgó en una patética indefensión.

La flojera del expediente arrancó con la propia negociación de la empresa Odebrecht con el Departamento de Justicia de los Estados Unidos en la que se estipuló cuasi a la imaginación un monto de los sobornos, y se repartió entre los países en los que se harían procesos particulares, tocándole a la República Dominicana un monto que más o menos coincidía con el de los pagos de los contratos que la empresa debió hacer legítimamente a su representante comercial, es decir que la constructora desde el inicio admitía que había sobornado,  sin pruebas de cómo lo había hecho, a excepción de unas “delaciones premiadas” que no categorizaban nada.

Pero desde finales del 2010 un movimiento de protestas muy contagioso recorría el mundo, el originado por la Primavera Arabe, que en América Latina encontró su parangón con las movilizaciones generadas por el caso Odebrecht, que en nuestro país, con tan arraigada cultura de izquierda, que las más de las veces actúa sin saber que sirve al amo del Norte, encontró su expresión en la Marcha Verde.

El héroe de las movilizaciones era el juez anticorrupción que en Brasil abusó hasta más no poder del populismo judicial contra Luz Inacio Lula Da Silva: Sergio Moro, que después se supo que lo instrumentalizaba todo en interés de sacar provecho político, y, que acaba de retirar su candidatura presidencial, admitiendo que los pueblos se pueden dejar confundir durante un tiempo, pero después aterrizan en la realidad, y se percatan del engaño.

Ahora Lula, que padeció prisión injusta, por una connivencia anti jurídica de jueces y fiscales, así como la muerte de su esposa, de un hermano y de un nieto, se encamina de nuevo hacia la presidencia, y, aunque hubo fuera de Brasil suicidios y condenas de acusados, se sabe que en lugares como RD, no hubo expedientes reales.