Hay frases que solemos escuchar con la creencia de que solo pueden aplicarse a los difuntos. Pero la verdad es que muchas de ellas, quedan como un buen sombrero también a los vivos.
Dejarlo ir es como cerrar los ojos frente a la tumba de un difunto muy querido, al que nos da trabajo pensar que nunca más veremos.
Pero también se amerita que dejemos ir a las parejas que ya no te quieren, o por diferentes circunstancias no te convienen.
Y aún más doloroso, aunque nos rompa el alma, a veces hay que dejar ir a los hijos, cuando ellos mismos deciden alejarse.
Es la conclusión que saqué de la experiencia de un amigo, a quien se le cae el mundo porque uno de sus hijos, por quien más se sacrificó, ahora no valora sus esfuerzos y hasta le reprocha no haberlo apoyado lo suficiente.
Juan, dolido y destrozado no lograba dormir la noche en que su hijo que amaba tanto, y a quien consideraba había dado todo su amor, formación y esfuerzos económicos, de repente, le decia frases insultantes y lo irrespetaba de la pero manera.
Es como sentirse en un callejón sin salida, cuando crees que has dado, y quien se supone lo recibió, entiende que no le has aportado nada.
Juan daba vueltas en sus pensamientos a aquellas palabras que talvez nunca debió escuchar, porque sentía que le acababan la vida, no sabia si lo adecuado era llorar, revisar si él tenia la razón, o borrarlo de su vida y decidir no volverlo a ver nunca. Pero es difícil cuando se trata de un hijo que viste crecer y en quien sembraste muchas ilusiones.
La tarde fue difícil, la noche aún más, pero la mañana, cuando se abren las ventanas, te hace ver las cosas de diferente manera.
Fue así como Juan luego de pensar y pensar, supo que lo mejor era asumir que como a los difuntos, a su hijo debia dejarlo ir.
Dejarlo hasta que el tiempo y la madurez le den la actitud acertada, y quizás con el correr de los años, entienda que él, como padre, le dio lo que creía mejor, y por poco que fuera, él debia valorarlo. Era lo mejor, porque de nada valía que se pasara los años en busca de odiar a quien amaba tanto, o que viera pasar cada minuto en espera del arrepentimiento de que quien, en los actuales momentos, creía tener la razón. Esperar, dejarlo ir, y tratar de vivir en paz. Era eso o morir de pena.