Por: Eduardo Álvarez
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El PRD, en sus repetidas divisiones, ha producido otras fuerzas políticas, incluyendo al gobernante PLD. Abundante ejercicio de resistencia que, de manera alguna, lo exime de un triste final, marcado ahora por la traición. Tarea emprendida por Miguel Vargas, con la evidente complicidad del ex presidente Leonel Fernández. Los tribunales Constitucional y Electoral desempeñan al pie de la letra el papel de verdugos ejecutores, en plan de liquidarlo.
Es cierto que se trata del mismo PRD varias veces escindido, otras tantas rescatado con la misma pujanza que le dio origen. Como también que, en la oposición, se siente como pez en el agua. Es lo mejor que sabe hacer, no cabe duda. De ahí su fortaleza y capacidad para convocar las protestas e inconformidades de una población habitual y justamente disgustada con los gobiernos de las ultimas décadas, del partido que sea.
Sabe caer y levantarse como el ave Fénix, mostrando así su mejor parte. Condición expresada en la capacidad de reagruparse para atraer el voto popular. Ocurrió lo mismo tras la salida de Bosch, Peña, Majluta y Hatuey. Pero ninguna de esas rupturas obedeció a plan siniestro manejado desde afuera, como parece estar ocurriendo ahora. Se produjeron como resultado de las naturales contradiciones que se dan en los partidos de masa.
Apostar, sin embargo, a efectos similares mediante la expulsión de la parte orgánica, seguida y respetada de la cúpula, puede conducir a una derrota irreparable. El verdadero PRD se encuentra del lado de Hipólito, Luis Abinader, Geanilda, Milagros y Orlando Jorge. Vargas cuenta apenas con la decisión legal –ilegitima-, de las altas cortes manejadas por Leonel, posiblemente en procura del restablecimiento del partido único, odiosa reminiscencia trujillista que descartaría, finalmente, lo poco que nos queda de democracia para instaurar una nueva dictadura.
La promesa de un PLD entronizado hasta el Bicentenario de la República en el 2044, en boca del ex mandatario, se yergue amenazadora. Eliminar al más grande partido de oposición, conquistar o suprimir a una izquierda casi extinguida y comprar o callar los medios convencionales de comunicación son algunas de las tareas del plan emprendido. ¿Qué nos queda para impedirlo?

