Al despertar en las mañanas: rezo y me pongo en contacto con Dios. Doy las gracias por la vida que acaba de renovarse…
Hago una rutina de higiene personal tratando de economizar al máximo la pasta dental.
Tengo por costumbre sentarme en el inodoro, aunque no tenga el deseo de evacuar. Desde muy niño mi madre me inculco a sentarme en la bacinilla pues aseguraba que a los intestinos hay que motivarlos.
El bañarme o no depende del tiempo; de los compromisos del resto del día y de la temperatura ambiental.
Me percaté de que tenia las chancletas puestas al revés y eso me contrarió. Eran tan viejas que se habían torcido y mas bien remedaban una horma de la prehistoria de mi pisada.
Mis medias estaban desbembadas de mucho halar y del tiempo inclemente de uso.
La ropa que usaría estaba bien doblada y planchada desde el día anterior.
Ya no me alcanzaba el tiempo para darle un repaso con mi plancha portátil que de forma invariable utilizaba para los viajes.
Esa es la ventaja de “vivir solo” aun con 30 años a punto de cumplirlos.
Mire de forma escrutadora mi agenda y confirmé que tenía una reunión a las 9 de la mañana.
Con los problemas del tránsito suelo llegar 10 minutos antes a los compromisos.
Una suerte de nerviosismo me invade cuando por cualquier razón mi esquema de distribución del tiempo y las tareas correspondientes se me dislocan.
El gerente no había llegado. Ese día se fue la luz y tanto la planta de emergencia y el inversor no dieron abasto, es decir se había agotado el combustible y la batería del inversor estaba descargada.
Mi carro un Toyota Camry del 2000 estaba ingresado en el taller de un buen amigo, mismo que me llamó con la noticia siguiente: ”hermano, hay una pieza que no aparece…” .
Un día que había comenzado de forma esplendorosa comenzaba a complicarse.
A eso del mediodía llamé a mi madre para decirle “vieja, voy a pasar a picar algo por allá”. A lo que me respondió de forma estoica: “Aquí están tus sobrinos de visita y te guardaré un bocadito”.
Traté de dormir una siesta en casa de la vieja, pero yo tengo por costumbre invariable utilizar la misma almohada y no pude concentrarme.
Regresé al trabajo, encontrando un memorándum donde me notificaban que un préstamo que había solicitado y que yo daba por seguro, se desembolsaría dentro de dos meses.
A eso de las 6:00 de la tarde sentí un dolorcito de cabeza que atribuí a las contrariedades del día.
Me fui a la casa, me puse un pijama acostumbrado y encendí la tele en el mismo canal, a la misma hora y el mismo noticiero.
Desesperado, me fui a la cama, loco por reiniciar el mismo ritual de mis rutinas…

