Opinión Articulistas

Embeleco migratorio

Embeleco migratorio

Manuel Fermín

El tercio occidental de La Española es Haití, una nación que ha carecido de pensamiento propio de sus líderes para establecer un país organizado y próspero. Todo lo poco que se ha logrado ha sido por la violencia, siempre azuzada por extranjeros: españoles que azuzaban los negros contra blancos, franceses e ingleses, o ingleses que apoyaban los negros contra franceses (el general inglés Maitland le insinuó a Toussaint declarar la independencia bajo la protección de Inglaterra).

De esos intereses de las metrópolis nace el Haití del negro nigérrimo, del esclavo manumitido; pueblo heroico, pero brutal y selvático, patrocinador de la decadencia y el caos.

Lamentablemente, también aquí se inicia nuestro calvario con un vecino supersticioso, superpoblado, superhambriento, y superpeligroso, contenido su derrame y asiento en nuestro país cuando hemos estado dirigidos por gobernantes que representan el carácter nacional.

Hoy no sucede así. Impera la sumisión a organismos internacionales dominados por las pretensiones de las potencias, cuyo peso influye con más o menos fuerzas en los variados sesgos de la geopolítica y en la suerte misma de nuestra nación.

Aún las condiciones políticas favorables (como hoy) para un rompimiento de este estado de debilidad, no se ordena una masiva repatriación y contención drástica del flujo migratorio indeseable. Sólo discursos hueros, propios de campaña para lograr el poder; ensayando todas las formas demagógicas para entretenernos: frontera sellada, embeleco; muro fronterizo, embeleco; Plan Patriótico, embeleco; control biométrico, embeleco; canal del Masacre, embeleco; deportar diez mil personas semanales, embeleco; visados y cierre de consulados, embeleco; censo, embeleco; revisión del fraude de Regularización, embeleco; choferes haitianos indocumentados, embeleco; y el peor de los engaños: el colectivo pro-haitiano instalado y protegido en el Gobierno. Una verdadera farsa.

A nuestros mandatarios que recuerden que todavía con silencioso orgullo se yerguen las estatuas de nuestros patricios supremos y reposan sus cenizas, como estructuras vivas pese a su inerte apariencia.