La visita que giró anoche el presidente Luis Abinader al ex candidato presidencial Abel Martínez y la anunciada para el domingo 2 de junio al expresidente Leonel Fernández, representan un paso de avance hacia un escenario dialogante en el que confluya la voluntad de un liderazgo divergente para afrontar retos urgentes de la nación.
Ese gesto presidencial y la aceptación por parte de Fernández y Martínez, ayudan a desbrozar pedregosos y empinados caminos de intolerancia y sectarismo para lograr que la sociedad se cobije en carpa de entendimiento.
El encuentro de anoche y el concertado para el 2 de junio, no serían hoy posible realizar en la mayoría de los países del continente, agobiados por crisis políticas, económicas y sociales con génesis en la intransigencia, por lo que aquí, la visita de un mandatario a sus adversarios políticos debería ser motivo de satisfacción y no de desazón.
El sentido común indica que el presidente Abinader solicitó esos encuentros con los pasados candidatos de Fuerza del Pueblo (FP) y del Partido de la Liberación (PLD), en esas calidades y no como líderes o emisarios de sus respectivas banderías, por lo que esas reuniones no deberían causar celos ni recelos.
Aunque el Gobierno, como resultado de los comicios del domingo acumuló suficiente poder para aprobar en el Congreso leyes y reformas, es obvio que los retos de reformas estructurales que afronta la nación son de tal magnitud que para preservar estabilidad y gobernanza se requiere halar la cuerda en la misma dirección.
La agencia de calificación crediticia S&P Global ha advertido que la calificación “BB” que ostenta el país, aunque refleja una economía dinámica, refiere un perfil fiscal débil y vulnerabilidades ante choques externos, por lo que estima urgente una reforma fiscal, así como resolver la crisis del sector eléctrico que define como lastre para las finanzas públicas.
Esa agencia ha dicho que el frágil desempeño fiscal ha llevado a un aumento de la deuda neta del Gobierno que se sitúa en un 55 % del PIB, con un incremento de 25 % en los últimos 20 años, por lo que, aun cuando el sector privado experimenta crecimiento al amparo de la estabilidad política, la economía descansa básicamente sobre remesas y turismo.