Por: Mary Leisy Hernandez
Marilei@hotmail.com

Era miércoles de ceniza y frente a mí, el imponente volcán de Fogo en el archipiélago de Cabo Verde. Poco después del desayuno comencé a subir hacia uno de sus picos y junto a mí la soledad, el silencio y todo lo necesario para una caminata en introspección. Hice la señal de la cruz y como siempre, comencé a orar muy a mi manera. Tuve una comunicación larga con Dios o Más bien, una amena conversación conmigo misma y lo más profundo de mis adentros.

Tan concentrada andaba que perdí el camino, pero nada de asustarse, el pico mayor y los menores podían verse desde cualquier lado y si no lograba llegar por el camino marcado, lo podría hacer por cualquier lado. Entre otras cosas, en el trayecto me propuse hacer una penitencia como todos los años durante cuaresma. Más que algo religioso algo para trabajarme a mí misma, al desapego y a hábitos que no hacen bien ni a nuestro cuerpo ni a nuestra mente.

Entre reflexiones y reflexiones me sorprendí cuando me vi tan cerca de la meta. Wao! No lo sentí y hasta tuve ganas de que estuviera más lejos el pico menor para seguir y seguir con mis pensamientos y mis decisiones. Subir al pico mayor ni lo intenté, sería demasiado atrevimiento, pero disfruté verlo tan de cerca.

A pasos de llegar al punto más alto me alegré de saber que a mis más de 50 pienso con alegría en el futuro y en proyectos. Al llegar al pico me senté, contemplé el paisaje, descansé mi mente y medité largamente, sin miedo a que la erupción de ese volcán vivo me arrastrara con la furia de su lava. Yo con esa subida y mis nuevas ideas, ya había erupcionado fuertemente por dentro.