POR: Oquendo Medina
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(2 de 2) En realidad, no fueron pocos los funcionarios que, sin la necesidad de rendir cuentas, se convirtieron en millonarios como por arte de magia después de haber pasado por los ingenios azucareros o por una de las empresas del grupo CORDE. Sin miedo a equivocación, podemos decir que fueron años difíciles para el desarrollo de la ética pública y la transparencia en las instituciones gubernamentales.
Gracias a Dios, con el correr de los años, llegaron nuevos gobiernos con estilos y visiones diferentes a los anteriores (1996), decididos a iniciar sin paradas los procesos de reformas y modernización del Estado. Hoy día podemos felizmente expresar que tenemos una administración pública que marcha a la par con los nuevos tiempos, rindiendo cuentas y sujeta al escrutinio público, rechazando taxativamente las prácticas corruptas.
Eso es correcto. Una administración pública que se mantiene reforzando los valores, impulsando la gestión de calidad, para así obtener un mayor acercamiento a la ética y la transparencia de modo que pueda ser percibido, aceptado y aplaudido por la ciudadanía. Cada vez se les hace más difícil a los compinches de la corrupción pavonearse sin castigo dentro de la administración pública. Ello así porque los órganos de control interno, de fiscalización y de persecución del Estado mantienen una alerta permanente. Los procesos de formación, capacitación continua y de una profesionalización adecuada al capital humano (servidores públicos) garantiza no sólo calidad y prontitud en los servicios a la ciudadanía sino, además, un mayor acercamiento a la ética y a la transparencia en la función pública.
Al final, siempre que se hable de ética y transparencia, hemos de quedar convencidos de la importancia de resaltar estos dos valores como herramientas cubiertas de virtudes para las generaciones del porvenir. No es verdad que los que disfrutan levantando las fuerzas del mal podrán terminar esta batalla venciendo a los defensores del bien, de la eficiencia y de la calidad en potencia dentro del sector público. Contra viento y marea avanzamos en la aplicación de medidas anticorruptivas. Por consiguiente, no todo puede observarse desde una óptica negativa, con visos de un pesimismo trasnochado.
En definitiva, nuestra democracia requiere que tanto la ética pública como la transparencia, enemigas número uno de la fastidiosa corrupción, se conviertan en ejes transversales para el buen gobierno que ha de ser visto y evaluado con una línea abierta de pluralidad y participación, sin coerción política ni cosa parecida. Y precisamente en eso estamos, en consonancia con los deseos de esta sociedad.

