A veces los excesos en el hablar de algunos funcionarios públicos, que por demás pertenecen a la clase política, suelen acabar haciéndole mucho daño a los gobernantes. De ahí la importancia de ser sabio e inteligente.
Jamás entenderé por qué ese deseo desmesurado de intentar comunicarse sin antes pensar en las consecuencias que podrían derivarse de unas declaraciones desafortunadas que casi siempre terminan convirtiéndose en piedra de escándalo, en dulce material para la oposición política arremeter contra sus adversarios.
Pienso que lo primero que debería aprender de memoria todo político, y más cuando posee una condición de funcionario de alto o mediano nivel, es que tanto su comportamiento ante la sociedad como cualquier pronunciamiento que haga público fácil se convierte en noticia, ya sea positiva o negativa; todo dependerá de la fuerza del contenido. Por tal razón ha de tener siempre una capacidad abierta para ser un funcionario comedido a tiempo completo.
Está debidamente comprobado que el éxito de todo buen funcionario radica en la prudencia. Por supuesto, además del dominio básico que ha de tener en sus funciones como servidor público, en donde la ética, la eficiencia y la transparencia han de estar en primer plano.
Practicar ese arte, el de la prudencia para la convivencia pacífica y una excelente gestión administrativa, es signo de colaboración con los gobernantes, es una virtud que engrandece a cualquier funcionario dentro de la administración pública. Esa es mi humilde opinión.