José Miguel Soto Jiménez ha escrito su última obra intitulada Geopolitikiando, en la que denota el sesgo inédito de filósofo, de su panoplia cultural, deleitándonos otrora como historiador en Malfiní, obra monumental, única en su tema, describiendo el ajusticiamiento del generalísimo Rafael Leonidas Trujillo; de psicólogo en El Corrido de los Taitas, buceando las complejas sinuosidades psíquicas del “general” Pedro Santana, y de sociólogo en Juancito Trucupey.
El conocido historiador, literato, poeta, político y soldado, aborda en esta obra de consulta, que estimo debe incorporarse como texto para estudiantes de geografía, historia universal, filosofía y geopolítica, el ancestral tema cardinal en la organización, crecimiento, sostenimiento y evolución de los Estados, de la instancia medular de la geopolítica, concerniente a su rol de sumir una responsabilidad de preservar y expandir sus fronteras.
El apelativo de la geopolítica y las fronteras, es una materia básica en cuanto al nacimiento y evolución histórica de los Estados, y la historia, maestra de la docencia, nos muestra las alteraciones de las fronteras modificadas de todos los países, conforme es posible apreciar consultando los mapas en diferentes etapas de todos los 193 países que conforman el tablero político planetario.
Estados surgientes, de manera espectacular al final de la II Guerra Mundial (l939-45), en América, Cercano Oriente, África y Asia, y la extinción de algunos, como el Tíbet del Dalai Lama, cambios de nombre como Ceylán por Sri Lanka y Birmania por Myanmmar; las dos aspiraciones fallidas y lacerantes de Alemania por dominar al mundo (1914-1918 y l945), que produjeron las dos más horribles conflagraciones que conoce la historia.
La negación de Estados al surgimiento de otros Estados, como son los casos de los pueblos armenio y saharauis o Polisario, la obstinación absurda del Estado de Israel oponerse a la inexorable proclamación del Estado palestino y su pretensión de un solo Estado en Palestina, y la pretensión condenable de Gran Bretaña de santificar el latrocinio de las islas Malvinas, que históricamente es territorio innegociable de Argentina.
La tragedia geográfica padecida por México cuando entre 1845-47, fue despojado por Estados Unidos de los territorios de California, Nuevo México, Arizona, Texas y Oklahoma, unas veces por la fuerza, otras por la cesión de venta forzada, que produjo el lamento taladrante de la historia por el presidente general Porfirio Díaz: “Pobre México, tan cerca de los Estados Unidos y tan lejos de Dios”, que perfila reeditar hoy el presidente Donald Trump con su política anti inmigratoria, el muro en la frontera con México, no con Canadá, y sus imposibles asomos de autarquía.
En esas jornadas de despojo territorial a México, Estados Unidos completaba los enunciados de las políticas de la llamada Doctrina Monroe, cosecha del presidente James Monroe que postulaba “América para los americanos”, y del Destino Manifiesto, de integrar al patrimonio territorial de Estados Unidos sus fronteras desde el Atlántico hasta el Pacífico, y hacia el sur, el Caribe, concepción hegemónica geográfica que en su acepción, es su traspatio, y la piedra angular de la estructuración del imperialismo.
Contrario al viejo repetitivo criterio de que “la patria termina en la frontera”, Soto Jiménez postula al revés, es decir, que la patria comienza en la frontera, porque son las fronteras las líneas demarcatorias y vulnerables de alterarse, porque es por las fronteras donde se inician las pretensiones, envueltas en provocaciones y agresiones de los vecinos más poderosos para modificarlas, expandirlas, a expensas de los más débiles, para avanzar, avasallar, posesionarse y proclamar el crecimiento artificial, abusivo e ilegal de los Estados, con el expediente de la fuerza, como hizo Adolfo Hitler en l939 cuando invadió los Sudetes, apoderándose de Polonia, iniciando con esa agresión la II Guerra Mundial, con el argumento del espacio vital o lebensraun, una excusa baladí que intenta justificar el despojo territorial ajeno.
El prolífico autor postula que “la mejor frontera de hoy es aquella que garantizando la seguridad añade al esquema potencialidades económicas”, porque “un estado más débil siempre aceptará los requerimientos de otro más fuerte”.
Soto Jiménez elabora su libro-cátedra abrevando a los precursores de la ciencia geopolítica, empezando por Karl Ritter, pionero de la geografía política; Rudolf Kajellén, sueco, pero heraldo de una “gran Alemania”; Alfred Thayer Mahan, padre de la escuela del poder naval, aunque el monarca Enrique VIII creó en 1545, dos años antes de morir, la Flota de los Mares que posibilitó a Gran Bretaña apoderarse de medio mundo por el dominio marítimo; Karl Hausohfer, fundador de la escuela geopolítica alemana.
Describe el concepto geopolítico en los gobernantes dominicanos, considerando al generalísimo Trujillo nacionalista, cuando fue todo lo contrario, al ceder a Haití cinco mil kilómetros cuadrados en el Tratado de 1936, a cambio que los gobernantes haitianos no permitieran residir en Haití a sus enemigos.
El presidente Joaquín Balaguer fue un consumado geopolítico, que impidió el Plan Exodo elaborado por el imperio para establecer campamentos de refugiados haitianos en nuestro país y fusionar la isla Hispaniola.