No creo que sea necesario ver más fotos de Gaza para comprender que somos siempre nosotras las mujeres y la niñez, las víctimas de la estupidez masculina. Sin irnos tan lejos, no creo que sea necesario ver más videos de la llamada Convención del PRD para entender que la víctima principal de los desmanes políticos de los hombres dominicanos es esa inmensa mujer que se llama Patria.
Empero, a los ojos de las mujeres, el elemento cualitativo de nuestras evaluaciones no es lo que haya pasado en la Convención del PRD, la que solo confirmó nuestros temores y expectativas, sino el ver que la estupidez política no es solo un mal perredeista, como lo demuestra la negativa del inefable presidente de la Junta Central Electoral, Roberto Rosario, de cumplir con su deber en la supervisión del proceso (no cansa de asombrarnos este ex izquierdista uasdiano); sino el supuesto papel que jugó la Policía Nacional en un tiroteo que pudo tener consecuencias masivamente funestas.
Que Guido haya demostrado que quienes estaban “cuidando”, con escopetas y armas largas, la Convención, eran coroneles y capitanes de la Policía Nacional; y que también haya dicho contar con una grabación donde el jefe de la policía conversa con un obeso dirigente reformista (que por “delicadeza”no identifica, el mismo error que lo llevó a cargar el ataúd del asesino de su padre) sobre lo que habría que hacer en caso de que los seguidores de Guido “se subieran a la cerca”, es insólito.
Empero, es insólito no por el jefe de la policía, quien se ha cualquierizado demostrando que la función principal del que asume la jefatura es sencillamente la muerte por intercambio de disparos de los derechos humanos en Dominicana, (a menos que esto sea una contraofensiva de las mafias que lo quieren hacer saltar del cargo); sino que supuestamente este haya recibido las órdenes de parte de un hombre que asumíamos como impecable: Gustavo Montalvo.
Montalvo se conocía en Santiago con el apodo de Jesucristo, porque había desempeñado ese papel en una obra de teatro; y saltó a la atención pública cuando le renunció a Leonel porque no quería hacerse copartícipe de un acto de corrupción. Que se diga ahora que, siguiendo órdenes superiores, se prestó casi a una masacre es algo difícil de digerir, porque demuestra que definitivamente hacen falta hombres, como diría Don Pedro Mir, en su país en el mundo.
El que no tiene nada que temer permanece tranquilo en su certeza y en esa tranquilidad está su fuerza. Quien perdió la Convención no fue solo Miguelito, sino el liderazgo político en el poder, o la pobrísima representación de la integridad política masculina dominicana.