Aunque parece una escultura, en realidad son los pies de un indigente que como otros cientos sobrevive, duerme entre cartones malolientes y hace sus necesidades en las calles de Santo Domingo. Despojados de sus derechos, deambulan resignados, y aunque sus vidas terminan con cada ocaso reinician nuevamente al salir el sol. Una casa de acogida o un albergue sería la salvación para ellos.