Lo ocurrido ayer en San Francisco de Macorís, donde un contingente de policías asaltó la cárcel preventiva del Palacio de Justicia para rescatar a un compañero al que un juez había impuesto medida de coerción de tres meses por el asesinato de un joven, es una insólita historia para ser contada porque pone al desnudo una angustiante realidad que agobia a la sociedad dominicana.
Los agentes, pertenecientes a varios departamentos del comando Nordeste de la institución, ingresaron por la fuerza en el recinto judicial y se llevaron consigo al raso Marino Alfonso Torres, implicado en la muerte del joven Puro Emmanuel Díaz López, abatido a balazos en el sector Santa Ana de ese municipio.
No conforme con esa acción de comando contra la justicia y el Ministerio Publico, el grupo de policías marchó por varias calles en protesta por la sentencia del juez de Atención Permanente contra el prevenido, lo que indica que se trató de una sublevación que pudo degenerar en una desgracia mayor.
Se trata de una acción de fuerza sin precedente perpetrada por medio centenar de agentes policiales que literalmente tomaron el control por vía de la violencia del Palacio de Justicia para liberar a su compañero al que llevaron al cuartel general de la institución en la provincia Duarte, donde sacaron por la fuerza a los periodistas.
Tan descabellada acción, perpetrada por personal que se supone actúa como auxiliar de la justicia a cargo de la preservación del orden público, sorprende e indigna a una sociedad que parece debatirse entre el temor y la frustración, que por demás creía superados episodios tan bochornosos y atentatorios al Estado de derecho.
Llama la atención que la primera reacción del jefe del comando regional Nordeste de la Policía, general Miguel de la Cruz Reyna, fue declarar desconocimiento de la sublevación de sus subordinados que tomaron por asalto la sede del Palacio de Justicia de San Francisco de Macorís para sustraer a un agentes a quien recluyeron en la misma sede central de la institución.
La jefatura de la Policía ha designado una comisión de generales para investigar el escandaloso episodio, cuyos integrantes tienen la obligación de identificar y someter a los agentes que perpetraron la acción y a sus mandantes y recomendar su sometimiento a la justicia ordinaria.
La acción perpetrada por decenas de policías, de irrumpir por la fuerza en un recinto judicial para rescatar a un compañero acusado de asesinato e impedir el cumplimiento de una sentencia en su contra, constituye un hecho gravísimo, sin precedente y una señal inequívoca de que en términos de desorden e irrespeto a la ley, la sociedad ha tocado fondo.

