Opinión

La Carta

La Carta

En su tradicional Carta Pastoral con motivo de la celebración del Día de La Altagracia, la Iglesia Católica ha vuelto a colocar el índice sobre sobre la herida abierta de la inequidad social que supura flagelos de pobreza, lo que se expresa en desempleo, carestía, marginalidad y degradación del núcleo familiar.

Con tan severa denuncia, la Conferencia Episcopal Dominicana no ha pretendido llover sobre mojado, sino alertar a Gobierno y sociedad sobre males dilatados, muchos de los cuales se agravan en vez de aliviarse, a lo que se agrega su advertencia sobre grave declive moral y ético que padece la sociedad dominicana.

Aunque los obispos reconocen los grandes esfuerzos que realiza el gobierno del presidente Danilo Medina en el campo de la asistencia social, han advertido sobre la situación de precariedad en la que malviven miles de familias afectadas por falta de trabajo, carestía de alimentos y servicios, falta de comida, medicina, vestidos y vivienda digna.

Esta vez, la Iglesia ha denunciado que grupos de intereses pretenden imponer a través de diversos medios, incluso mediante legislaciones, “prácticas contrarias al ser de la familia y de la persona, como el aborto y las uniones libres en matrimonio de personas del mismo sexo”.
La Iglesia ha puesto, pues, en primer plano su lucha contra una extendida tendencia en el mundo de hoy a legalizar matrimonios entre homosexuales y al aborto, por lo que ha reclamado del Estado cumplir con lo que estima su deber de protección y defensa de la familia como el fundamento del bienestar, el desarrollo y la paz de la sociedad.

A Gobierno, poderes públicos, sector productivo y población les corresponde poner debida atención a los señalamientos que formulan los obispos en tan vehemente Carta Pastoral que aborda con crudeza los temas de la inequidad social y la degradación de la familia.

Males como violencia intrafamiliar, feminicidio, suicidios, homicidios, delincuencia juvenil, atracos, engaños, infidelidades, desenfreno y corrupción han sido citados como rémoras de la herida abierta sobre la cual la Iglesia llama la atención a gobernantes y gobernados.
Por su contenido, esa Carta Pastoral se erige como un valioso documento ético, moral que refiere puntuales diagnósticos sobre los males esenciales que aquejan a la sociedad, los cuales deberían ser afrontados, como reclama la Iglesia, por Gobierno, poderes del Estado, clases dirigentes y ciudadanos ordinarios.

El Nacional

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