Puede que no seas el chef de la casa, pero, admitámoslo, a todos los hombres les gusta ponerse un poco «alfa» cuando se trata de tirar unas carnes al fuego, olerlas y escuchar ese sonidito tan característico del chirrido de la parrilla. Durante el caluroso fin de semana pasado, se me ocurrió hacer una parrillada con amigos y familiares, y, después de un par de observaciones, me di cuenta de que existen ciertos rituales sagrados en la cultura del asado.
Primero, la mujer da inicio al espectáculo, marinando las carnes con especias, y toda una mezcla de secretos culinarios. Después, se asegura de que todos los utensilios estén al alcance de la mano, apila el carbón como si fuera un arquitecto, y comienza el momento sagrado de encender el fuego, un proceso que se convierte en casi una tarea épica cuando se trata de mantenerlo alimentado adecuadamente.
Es entonces cuando entran en escena los hombres, que se agrupan alrededor de la parrilla, intercambiando miradas afirmativas y respirando ese aire lleno de humo y promesas de gloria. Entre el humo y los rugidos del fuego, sin olvidar nunca lo más importante: hidratar al parrillero. Después de todo, el hombre que se enfrenta al fuego necesita mantenerse en óptimas condiciones.
Mientras las carnes se van dorando lentamente, como si estuvieran participando en un ritual ancestral, se cuentan historias, chismes y chistes que van desde lo más insólito de la política y el béisbol. Aquí es donde, encontramos el verdadero significado de la vida. ¡Porque está en la Biblia! «Éxodo 29:18 – Y entonces quemará todo el carnero sobre el altar. Se trata de un holocausto, de una ofrenda puesta al fuego, de aroma grato delante del Señor.» ¡El asado es una bendición divina! Llegado el gran momento: se brinda por los buenos deseos, y el parrillero, con cara de experto, presenta las carnes con orgullo, mientras las mujeres reparten las guarniciones. La mayoría de los dominicanos prefieren carne bien cocida, pero siempre hay un par de «gourmets» que la piden «casi cruda.”
Después de un festín glorioso, llega la hora de los elogios. Todos se vuelven fanáticos del parrillero, el cual, en su humilde esfuerzo, apenas colocó las carnes en el asador. Mientras tanto, las verdaderas heroínas, orgullosas de la gran hazaña de su marido, todavía tienen que encargarse de recoger las vajillas todo para mantener la chispa de la vida.