Puede ser buena. Pero, a decir verdad, yo cambiaría este concepto por otro, si no eufemístico, algo amable. Digno de una acepción más gentil, su definición imprecisa insinúa un despojo de valores, apartado de lo que pueda haber de apreciable en toda renovación urbana. El proceso y la prosperidad se encargan de rescatar estos valores.
Describe cambios estructurales en un vecindario, lo que también incluye modificaciones en el modo de vida en las familias que acceden a ello. La decrepitud cede paso a lo nuevo. Ley natural que define un proceso social que siempre se encuentra con el avance.
¿Choque de tradiciones o de generaciones? No. Más bien, conciliación de intereses que convergen en la búsqueda de nuevas formas de vida. Y la urbana, con sus ofertas habitaciones, sociales, lúdicas, de sustentación y formación, son partes esenciales de estos cambios.
Tema común y controvertido en la planificación urbanas, la gentrificación no termina de convencer a sociólogos y urbanistas. Sí a economistas, que ven en este fenómeno una forma ideal e inevitable de movilidad social y crecimiento económico.
A menudo aumenta el valor de un vecindario, pero esto puede ser controvertido debido a los cambios en la composición demográfica y el posible desplazamiento de residentes actuales. De ahí, la diferencia de los expertos.
Con su origen en la antigua Roma y en la Gran Bretaña romana, ha ido evolucionando en varios aspectos hasta lograr fijar estilos cuyas particularidades ya han adquirido sus propias identidades. Las hay con características norteamericanas, europeas o asiáticas. Cada región le otorga matices que las definen. Desde luego hay un común denominador en toda transformación urbana, y es la revalorización de los bienes renovados.
Su contribución expresada en los aportes a la arquitectura, el confort y el desarrollo urbano es invaluable, visto desde diferentes ángulos por supuesto. Cultural, económico y social, sobre todo. Discutir este aspecto ya es tema de otra entrega.