Editorial

La niña

La niña

En el ataúd reposaba Iliana, la niña de 12 años asesinada por su pareja sentimental, un adolescente de 18 años, quien  después de estrangularla en la habitación que ambos compartían en la comunidad Los Rieles, de Tamboril, se colgó de un árbol en el patio de la casa. Tragedia que retrata de cuerpo entero el drama de los feminicidios.

¿Cómo imaginar que a su corta edad, Iliana ya tuviese el compromiso de compartir un improvisado hogar con un muchacho hecho hombre a destiempo? La respuesta a esa interrogante figura en la estadística oficial que revela que  más del 30 por ciento de las parturientas que  dan a luz en las maternidades públicas son niñas y adolescentes, entre  once a 17 años de edad.

Dicen que  Juan Luis Martínez García asesinó a su  compañera para evitar que sus familiares la trasladaran a Estados Unidos, lo que consolida la aprensión ciudadana de que la escalada de feminicidios que abate a la sociedad dominicana  tiene su origen o causa en  la generalizada creencia de que al marido, esposo, amante o pretendiente le asiste derecho a disponer de la vida de una mujer.

El que una familia y una comunidad acepten como bueno y válido o como hecho consumado la unión marital entre una niña de 12 años y un joven de 18 es por sí mismo  síntoma preocupante de una  acelerada  degradación social.

En términos jurídicos, la menor carecía de capacidad para amancebarse con quien resultó ser su verdugo y en virtud del Código de Protección al Menor, el acto sexual de la niña se asume como un estupro, sin importar si hubo consentimiento, lo que constituye una infracción criminal que no se redime con el matrimonio.

Con respecto a la protección de la integridad física  y moral de la mujer, la ley es letra muerta, sin importar que  la fémina maltratada  o asesinada sea  una señora adulta o una niña de 12 años que  convivía en concubinato sin  siquiera comprender las razones hormonales de la menstruación.

Como  la mayoría de los hombres dominicanos, el asesino  de Iliana se formó y forjó al amparo de una cultura machista y en un entorno  donde la violencia de género es costumbre, tanto así que cuando una mujer acude  a un recinto policial a  querellarse por maltrato de un desalmado, el agente actuante con frecuencia suele advertir que “en pleito de marido y mujer nadie se debe meter”.

La pesarosa historia de la niña asesinada por  su pareja  sentimental, que también se quitó la vida, debería mover a la sociedad a  una profunda reflexión no sólo  sobre las causas que motivan tantos feminicidios, o la indefensión de miles y miles de menores y adolescente con embarazos prematuros, obligadas a prostituirse o convertidas en niñas esposas o amantes, sino del porqué de tan acelerada disolución moral y social.                               

El Nacional

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