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La propiedad

La propiedad

Rafael Ciprián

El derecho a la propiedad no es lo mismo que el derecho de propiedad. No señor. No es igual atrás que en la espalda, aunque se parezcan, dijo un chusco.

La aseveración anterior es tan cierta que todos tenemos derecho a la propiedad, pero no todos tenemos, en principio, derecho de propiedad. O, por lo menos, la propiedad inmobiliaria y, si es mobiliaria, que sea de cierta importancia.

Sabemos que el derecho a la propiedad, como el derecho de propiedad son derechos fundamentales. Esto es, que están contemplados en la Constitución. En nuestro país, el artículo 51 de la Carta Magna lo consagra.

Ciertamente, el artículo 51 de la Ley Sustantiva es extenso. Su parte capital reza: “El Estado reconoce y garantiza el derecho de propiedad. La propiedad tiene una función social que implica obligaciones. Toda persona tiene derecho al goce, disfrute y disposición de sus bienes.”

Para que nadie tenga dudas, en su numeral 1 declara: “1) Ninguna persona puede ser privada de su propiedad, sino por causa justificada de utilidad pública o de interés social, previo pago de su justo valor, determinado por acuerdo entre las partes o sentencia de tribunal competente, de conformidad con lo establecido en la ley. En caso de declaratoria de Estado de Emergencia o de Defensa, la indemnización podrá no ser previa”.

Por tanto, la propiedad está protegida por todo el ordenamiento jurídico vigente. Ella se le opone a los particulares y hasta al Estado, que es toda la administración pública. El Código Civil Napoleónico es celoso con la propiedad. Y no es para menos, porque el corso representó a la burguesía francesa de su época. Y el derecho de propiedad sobre los medios de producción es el más importante de la sociedad capitalista.

Nadie debe violar la propiedad ajena. Ese delito está sancionado por la ley con prisión. Y genera o da lugar a demandas civiles en daños y perjuicios.

El derecho de propiedad es tan absorbente que se vuelve absolvente.
Ciertamente, la propiedad absorbe, consume a su titular. Es como un parásito o tenia que lleva en su conciencia, en su animus domini.

Increíblemente, la propriedad le roba su tiempo y su libertad al propietario. Y lo peor es que el propietario se cree que es el dueño, cuando en verdad termina alienado o confundido con su propiedad.
Recordemos a Joan Manuel Serrat cuando canta y exhorta a ganar un poco de la libertad que se pierde cuidando la propiedad. Y tiene toda la razón.

Pero la propiedad también es absolvente, porque con ella el propietario se libera de la miseria y puede ejercer los derechos fundamentales que solo son ilusiones, pompas de jabón y discursos huecos para los que no tienen propiedad. La propiedad libera a su titular de obligaciones y de culpabilidades que suele pagar.