El hacinamiento, la corrupción y la demora en los procesos judiciales a causa de la burocratización de los sistemas penitenciarios son comunes en la región y causantes de desgracias como la que costó la vida a unos 355 reclusos en un incendio ocurrido el martes en la cárcel hondureña de Comayagua.
Se trata de la parte más dramática de un sistema que no cumple sus funciones de regeneración, sino que opera como un almacén de detenidos por delitos que en ocasiones una amonestación es más que suficiente como castigo. Ante la amplia gama de factores que intervienen la construcción de plantas físicas tampoco es la única respuesta.
Tras la tragedia de Honduras, la Oficina de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos ha dado cuenta de un alarmante patrón de violencia en las prisiones de América Latina, debido al endémico problema de la superpoblación penitenciaria. El organismo estima que los recintos albergan más de un 30 por ciento de su capacidad y en muchos casos hasta un 100 por ciento.
Esa tétrica realidad se agrava tanto por las precarias condiciones de los recintos, en muchísimos casos carentes de servicios sanitarios, así como por la demora de los procesos judiciales, sin hablar de tratos vejatorios de los custodias y de una alimentación inadecuada.
Tanto en República Dominicana como en otros países las inhumanas condiciones suelen provocar motines que regularmente se saldan con víctimas fatales. En virtud de las deplorables condiciones de los recintos y el estigma social se ha acuñado la frase de que el preso no es gente.
La desgracia de Honduras es otro triste ejemplo de las tragedias ocurridas en cárceles del continente en la última década. En abril de 2005, en este país unos 134 reclusos murieron calcinados y asfixiados por un incendio provocado por una supuesta disputa de presos en la antigua penitenciaría de Higüey.
El drama no es sólo para lamentarse ni golpes de pecho. Debe servir para que se tome nota de una vez y por todas sobre el problema carcelario, desde el inhumano hacinamiento que suele provocar confrontaciones, hasta la agilización de los procesos judiciales.
Al menos por aquí siempre se ha reconocido que el mayor número de reclusos que pueblan las cárceles son preventivos, por lo que con un mínimo esfuerzo o una dosis de buena voluntad se podrían descongestionar e incluso mejorar considerablemente los servicios.
Pero también es justo admitir que se han hecho grandes esfuerzos por mejorar el sistema penitenciario en cuanto a lo que respecta tanto a instalaciones físicas como en aspectos administrativos. Aún así han ocurrido incidentes lamentables, aparte de que hay centros que han devenido en antros infernales.

