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Las protestas en América del Sur

Las protestas en América del Sur

Las protestas sociales que pululan en América del Sur me hacen recordar el viejo cuento del burro y la noria. El burro, atado a la noria, daba vueltas para sacar agua del pozo y cuando no quería moverse porque estaba cansado, colocaban delante del animal una zanahoria y resuelto el problema: el burro daba vueltas y vueltas tratando inútilmente de comerse la zanahoria y así se mantenía sacando agua del pozo.

En Sudamérica, la gente ha corrido detrás de zanahorias por décadas sin poder alcanzarlas, lamiéndose las heridas de la miseria pese a vivir en una región con gran potencial para que sus habitantes puedan vivir dignamente.

Chile ha sido uno de los países más estables de América del Sur y, sin embargo, el país de Neruda parecía hasta hace poco una Roma incendiada por gente frustrada y saqueada por los vándalos. Un simple aumento del transporte no pudo haber conducido a una crisis con consecuencias tan funestas: más de 22 muertos, miles de heridos y millones de pesos en pérdida. El aumento no fue la verdadera razón de los estallidos sociales porque, en realidad, Chile ha vivido una guerra reprimida por décadas. Eso fue simplemente su detonante, pues muchas personas no podían pagarlo sin que su salario derramara sangre. Estamos hablando de décadas de desigualdad social en un país que ha estado generando riquezas.

Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en el año 2017, el uno por ciento de la población se quedó con más del 25 por ciento de la riqueza nacional mientras que la mitad de los chilenos apenas obtuvieron un dos por ciento. Ante esta desigualdad, los chilenos no se quedaron sentados para leer a Gabriela Mistral, Pablo Neruda o Isabel Allende, sino que tomaron las calles para reclamar sus derechos.

El gobierno de Sebastián Piñera no solo se vio forzado a suspender el aumento del transporte, sino que la presión lo ha llevado a tener que modificar la Constitución para buscar por ley una mayor igualdad en el reparto de las riquezas y así no tener que salir del Palacio de la Moneda antes de tiempo.
En Bolivia, las protestas fueron tan fuertes que el entonces presidente, Evo Morales, tuvo que salir corriendo para México, y en política, quien corre es culpable o queda como cobarde ante los ojos del pueblo y de la historia.

Comparado con Chile, las protestas en Bolivia encierran un contraste que raya casi en lo absurdo, una especie de no es lo mismo y es igual: no es lo mismo porque Bolivia es el país más pobre de Sudamérica y es igual porque las protestas también giran en torno a injusticias.

Morales no ha sido el mejor presidente que ha tenido Bolivia, pero estoy seguro de que no ha sido el peor tampoco. De hecho, durante sus años como presidente, la economía creció a buen ritmo y es hoy la de más rápido crecimiento en la región. Además, la reducción de la pobreza ha sido realmente significativa desde su primer mandato en el 2006.

El problema de Evo Morales fue que se volvió adicto a la presidencia y se desarrolló en él un raro complejo mesiánico que no le permitía dar la oportunidad a otros. Ese fue el origen de todas sus desgracias.
Hablar de Nicolás Maduro en Venezuela es igual a llover sobre mojado. En Colombia, parece avecinarse un temporal de protestas y el presidente Iván Duque Márquez, ni tonto ni perezoso, ha empezado a buscar negociaciones de antemano, tomando en cuenta lo que ha pasado con otros presidentes en países “vecinos”.

Lo que está ocurriendo en América del Sur hoy en día es un indicador de que la gente está despertando y de que los gobiernos ya no pueden aprovecharse de las personas como antes dándoles un chupete para adormecerlos cuando gritan. Si el giro que está tomando Sudamérica es solo el principio, solo Dios sabe hasta dónde llegaría la región al final. Lo más recomendable para los presidentes allí será pensar dos veces antes de actuar, porque pocas cosas son más peligrosas que un pueblo cuando crea conciencia.
El autor es periodista.

El Nacional

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