Opinión Articulistas

Lealtad fracturada

Lealtad fracturada

José Antonio Aybar

Cuando un amigo llega al poder, algo se rompe. Primero en silencio, luego con estridencia. La política dominicana está llena de historias donde la lealtad se evapora tan pronto el decreto llega.

Lo curioso es que muchos de esos nuevos funcionarios se convierten, sin darse cuenta, en émulos perfectos de aquello que criticaron durante años. El discurso de humildad se disuelve ante la presión del cargo, y la accesibilidad, que antes era natural, se transforma en un privilegio reservado para unos pocos.
El fenómeno inicia casi siempre igual: el teléfono deja de sonar, o suena, pero nadie responde.

Los mensajes se quedan en visto, como si la amistad hubiera caducado de golpe. Y cuando por casualidad te los encuentras, el saludo trae una mezcla de frialdad y distancia, casi como si temieran que tu cercanía pudiera restarles brillo o comprometerles su recién estrenado estatus.

Muchos, en su afán por adaptarse al engranaje del Estado, se blindan bajo un aire de importancia adoptada, olvidando que alguna vez fueron ellos quienes denunciaron esa misma conducta en otros.
Pero el tiempo, siempre el tiempo, desplaza. Ningún cargo es eterno, ninguna oficina pública ha sido diseñada para ser un hogar permanente. Y es entonces, cuando ya no quedan escoltas, ni asesores, ni reuniones urgentes, que algunos intentan reconstruir los puentes quemados.

Vuelven los saludos cálidos, reaparecen las llamadas, resurgen los abrazos que antes eran esquivos. Pretenden recomponer la amistad como si las grietas no hubiesen dejado cicatrices.

Sin embargo, la memoria social es insistente. Uno recuerda quién estuvo y quién se ausentó justo cuando la sombra del poder comenzó a distorsionar los afectos.

La política expone lo mejor y lo peor de las personas, pero también enseña que las relaciones auténticas sobreviven a los cargos, mientras que las oportunistas se desvanecen con ellos. Y aunque cada quien decide si retoma o no la amistad extraviada, lo cierto es que los cargos pasan, pero la dignidad y la coherencia permanecen. En esa simple verdad descansa la diferencia entre un amigo de vida y un amigo de decreto.