Tras 14 años en prisión, abandonado a su suerte, el periodista Julian Assange, fundador del portal WikiLeaks, tuvo que declararse culpable en un acuerdo con Estados Unidos para recuperar su libertad.
A pesar del impulso que representó para el periodismo de investigación la difusión de secretos diplomáticos y el alcance de la corrupción en varios países, a la hora de la verdad Assange se quedó solo.
Detenido en Londres, ni las grandes cabeceras que se distribuyeron la difusión de los documentos sacaron la cabeza por él cuando Estados Unidos salió a su caza.
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Para terminar su víacrucis Assange tuvo que acordar con Washington declararse culpable de difundir ilegalmente información confidencial de defensa nacional.
El caso de Assange, para algunos un baldón, invita a reflexionar profundamente sobre los límites de la libertad de prensa.