
León Marchand, de Francia, compite en una serie de 200 metros combinados individuales masculinos en los Juegos Olímpicos de Verano de 2024, el jueves 1 de agosto de 2024, en Nanterre, Francia. (Foto AP/Matthias Schrader)
París, EFE.- Empezaron timoratos los Juegos de París, con las quejas de los comerciantes con sus terrazas vacías, de los viandantes, con sus calles cortadas, de los taxistas con su tráfico infernal y la ciudad parecía inmersa en el marasmo más que en la fiesta.
Tuvo que sonar el rugido de Léon Marchand para que Francia se pusiera en orden de celebración, para que las calles se llenaran de enfervorizados aficionados coreando el nombre del chaval de 22 años y cara de angelito que ha hecho reventar la piscina y los Juegos de París.
Unas semanas antes de la ceremonia de inauguración lo había advertido Tony Estanguet, el patrón de los Juegos- “Las medallas acallarán las quejas». Fue visionario el antiguo piragüista.
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La llegada de la antorcha comenzó a calentar el ambiente, pero todavía pesaba más la molestia que la ilusión. En los días previos, la televisión repetía reportajes llenos de parisinos enfadados y turistas frustrados.
La ceremonia dio un primer toque de entusiasmo, pero como estuvo pasada por agua dejó un gusto agridulce. Faltaba más.
Primero fue Antoine Dupont, otro rostro de película, el que condujo a Francia al oro en el rugby a 7 que sacó por vez primera a las masas a la calle para celebrar, por fin. Entraba en calor la maquinaria, pero París quería más, otro motivo para salir a la calle a mostrar el orgullo patriótico.