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Libre pensar

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Ofrendas a 400 periodistas (y II)

La vida decanta como una visita fugaz. Gira en un paseo con protocolo en el feliz grito del aflorar terrenal y termina con el desventurado campanario que anuncia el traspaso del alma hacia otras galaxias. Y ese corto tour se esfuma en un abrir y cerrar de ojos, y con frecuencia el angelito humano se duerme eternamente, sin percatarse de la culminación de su ciclo vegetativo en el globo planetario.

Hacia coordenada de otras atmósferas corrieron, en ruedas de sorpresas, profesores de escuelas universitarias de comunicación social. Desprevenidamente, esos maestros se registraron en vuelos ineluctables, en siluetas y capelos con soplos monárquicos de eternidad. Y sus enseñanzas renacen muchas veces en los pizarrones electrónicos de la post-modernidad, en el empalme dialéctico de los días y los meses. Rosales para ellos, desde los pupitres y ventanas de los centros de estudios.

Gremialistas del Colegio de Periodistas. El cañón brotó, como larvas volcánicas y sin oleajes inquisidores, en el pecho de las infamias y vibró en las constelaciones reivindicativas. Proscrito y desmadejado el egoísmo toico, el profesionalismo proliferó en el mosaico colectivo.

En los pueblos, cunas de periodistas ilustres y consagrados en todas las bifurcaciones, se colocan lápidas en las necrópolis de estos periodistas. Engrandecen los camposantos en el adiós sin olvido colegas cuyas noticias, artículos y obras quedaron esculpidas en las páginas de los diarios y los equipos electrónicos, desde el venir al mundo hasta el fallecer.

Zurdos y derechos, y remozados por las meriendas que danzan en sus néctares, reportaron desde monturas de mechones con chubascos huracanados. Y, luego de bornear en la fama pueblerina, sus tumbas se cubren y engalanan de tierra, cemento y polvo. Ellos irradian como jaguares en la inmortalidad, por sus labores socio-comunitarias, sus libros que destronan ignorancias y dimensionan heroicidades y valores, y algunos por ser mártires del periodismo.

También en Nueva York, Massachusetts, Miami, Puerto Rico, donde bucearon en las brozas de torres rebosantes de jeroglíficos; trabajaron, estudiaron y juguetearon enarbolando gloriosamente el patriotismo acrisolado. También en Haití, la muerte los abrazó, inverosímilmente, en la lejanía de su tierra natal y en la asta de la perplejidad. Son dechados de sacrificios familiares, en el amor filial más espléndido y admirable.

Hecho. En internet y en otros artículos nombraremos a los fenecidos de la capital, pueblos y el exterior que han escapado de las retentivas y a los que hoy están vivos, pero cuando ya junto a sus miradas hayan remontado desde los carriles terráqueos hacia el paraíso celeste, donde se mora bañado de felicidad. Rueguen que, para cumplir esa sacrosanta misión en el aro de la cotidianidad, yo sea abrazado por flores perfumadas en besos de longevidad.