Desde aquella tarde del 26 de julio de 1899 el rostro de Ulises Heureaux (Lilís) de 54 años, dejó de mirar la realidad en Moca, y todo ese período de vaciamiento de legalidad y despatrimonializacion del Estado para neutralizar a sus contrarios estaba condenado a ser ya un caso olvidado, pero no ha sucedido así.

El presidente Abinader ha decidido aplicar la misma estrategia del legendario gendarme para posicionarse electoralmente, y en una especie de delirio de campaña reeleccionista permanente ha endeudado el país con números del demonio.

Pueblo por pueblo un escuadrón de activistas oficialistas desde antes, durante y después del 18 F, se desplazan repartiendo dinero, electrodomésticos, materiales de construcción, bonos, nóminas, pensiones, títulos “definitivos” de inmuebles públicos, en fin, nos recuerda aquella casi novelada acción de Heureaux con las goletas de Martín Senior y Wenceslao Polanco, ambas cargadas de dinero y piedras dirigidas a los comités políticos de la oposición y de sus partidarios de Barahona.

Este ejercicio de gobierno en elecciones constituye el primer modelo burdo para ofrecer una explicación integral del hundimiento del sistema político dominicano a partir de proyectar toda aquella sombra de duda que arrojaba “Lilís” sobre la legitimidad de las elecciones y sus resultados.

Ver hoy como se repite el fenómeno con peores formas es de vértigo observar las prácticas delictivas denunciadas por observadores electorales criollos y extranjeros.

Se siguen utilizando las viejas fórmulas profanas de prometer, simular y otorgar prebendas para corromper contrarios y permanecer en el poder a cualquier precio, e indudablemente que esto conlleva a la turbación y el desasosiego de la oposición. Resulta increíble, pero el presidente Abinader nos deja la nítida constancia de que es medularmente “lilisista”. Ha trabajado como barquero que une estas dos orillas electorales: la de Heureaux y la suya. Pronto estaremos entre ruinas.