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Luz y sombra

Luz y sombra

Resultaba inconcebible la transformación. Sus diferencias eran tales, que parecía dos personas en una. La primera, el ser humano más callado, respetuoso y trabajador. Los empleadores disputaban sus servicios. Durante la jornada laboral, era quien con más eficiencia desarrollaba las tareas.

Apenas perceptible su presencia, concentrado en responsabilidades que asumía con entrega absoluta. El hombre de confianza de tanta gente, por la seguridad que inspiraba.

La segunda, insuperable generando pena y conmiseración. Cada sábado, al despedirse de su patrono ocasional, iba directo al bar donde pagaba por adelantado las botellas de ron que deseaba ingerir. Era una admisión tácita del estado de inconciencia que le esperaba, pero como su sentido del cumplimiento de compromisos era alto, honraba sus deudas antes de que existieran, sobre todo, con antelación a perder la noción de la realidad y empezar a deambular por el universo de su otra existencia.

La que dejaba a todos espantados al no poder creer que se trataba del mismo sujeto que apenas horas antes derrochaba extraordinarias cualidades.

Cuando el consumo alcanzaba la totalidad del producto prepagado, el personaje iniciaba su recorrido por las polvorientas calles de un pueblo atónito al ver alguien tan admirado, convertido en un ser lastimoso.

Eran ensordecedoras las expresiones que vociferaba, casi todas implorando la presencia de su compañera, una señora tan conocida como él, consecuencia no solo de la permanente asistencia que le ofrecía ante su borrachera espantosa, sino por la paciencia y el amor incondicional con el cual lo protegía. Pretendía ser una especie de mamá al cuidado de su indefenso bebé.

Esa tónica, en cambio, no era la que regía su comportamiento frente a esta abnegada mujer. Sus invitaciones públicas y a todo pulmón a que le obsequiara sus encantos, eran acompañadas de las expresiones más obscenas que puedan concebirse, las cuales, se producían cuando el caballero diurno y depravado nocturno, había dejado esparcida en el camino casi toda su vestimenta. No se sabe de donde ella sacaba las artimañas para aplacar la ferocidad de los ímpetus de su consorte embriagado.

Aquella noche, ninguno de sus recursos resultó exitoso. No pudo eludir la embestida irrefrenable del potro desbocado. Ni el auxilio de personas que acudieron en su defensa fue capaz de evitarle la vergüenza de ser humillada de tal manera.

Al día siguiente, partió de madrugada al pueblo fronterizo de donde era oriunda. Nadie compareció a la fiscalía a solidarizarse con él.

Por: Pedro Pablo Yermenos
ppyermenos@gmail.com

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