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¿Malos aires azotan PRM?

¿Malos aires azotan PRM?

Luis Pérez Casanova

Tal parece que sobre el PRM gravita un fantasma que corroe o amenaza su integridad. Bastó que la vicepresidenta Raquel Peña revelara su sueño para que se dispararan todos los temores sobre el impacto que tendría en la unidad del partido un proyecto político liderado por una figura bien valorada, que aportaría mucho más de lo que restaría, y que, para más, tampoco ha sido ente de discordia en el Gobierno ni en la organización.

Lejos de recibirse con satisfacción que una funcionaria tan bien acreditada como la vicepresidenta pueda terciar en el proceso interno para la nominación del candidato presidencial, desde distintas tribunas la eventual decisión se ha visto como un nuevo germen que afectaría un cuerpo infectado o débil. La candidatura de una figura con las cualidades de Raquel Peña, con positivos resultados en su desempeño que consolidan su capacidad gerencial y política, mejoraría la imagen del PRM y elevaría la calidad del debate electoral.

Pero las reacciones sugieren que las estructuras del partido, o son muy vulnerables o que en la organización el todo no está por encima de las partes. En otras palabras, el partido por encima de ambiciones particulares. Pero eso es en teoría, la realidad es otra cosa.

Parece que hay intereses dispuestos a echarle un jabón al sancocho si no se salen con las suyas en el proceso para nominar el candidato del PRM. No es necesariamente lo que vaya a ocurrir, pero sí lo que se puede interpretar de la incertidumbre generada por el sueño expresado por la vice.

A diferencia de otros precandidatos, no se sabe si la vicemandataria cuenta con una estructura para trabajar por la nominación, que no le caerá como un maná. Su sueño, por lo visto, plantea al PRM el desafío de celebrar una convención libre y transparente en que todos los aspirantes compitan en igualdad de condiciones.

La posibilidad de que ella o cualquier otro candidato pueda ser respaldado por el presidente Luis Abinader, aunque el mandatario haya dicho que no se inmiscuirá en la lucha interna, no garantizaría una victoria de nadie. Los liderazgos no se legan ni imponen, sino que se construyen. Al menos en democracia.

Las aspiraciones no deben drenar ni atemorizar la unidad de los partidos, sino dinamizarlos o fortalecerlos. El caso de los republicanos en Estados Unidos es un buen referente. En el proceso por la nominación se lanzaron al ruedo varios aspirantes, algunos de los cuales enconados rivales del entonces expresidente Donald Trump.

Pero en la medida que crecía la preferencia del actual mandatario varios declinaron a su favor y una vez proclamado candidato, entonces todos sus contrincantes entendieron que el partido es la suma de sus partes.