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Más violencia vicaria

Más violencia vicaria

Susi Pola

Lo sucedido la madrugada del domingo 16 de febrero pasado en una humilde pensión, en la comunidad de Jayaco, La Ceiba, provincia Monseñor Nouel, donde un niño de siete años fue atacado a múltiples estocadas por su propio padre despechado por el abandono de su expareja, madre del niño, es pura violencia vicaria.

La prensa relata que “el mismo padre agresor subió su hijo a un motor y lo condujo al Hospital Pedro Emilio de Marchena.

Allí, intentó desviar la atención diciendo que lo perseguían, pero el menor a pesar de sus heridas, logró identificarlo como su agresor.

El hombre trató de silenciar al niño e intentó ahorcarlo. Finalmente, fue amarrado y detenido por agentes de la Policía”.

La vida de ese niño no ha sido nada fácil, como la de tantos otros niños y niñas que nacen por nacer, de parejas disfuncionales conformadas por personas con historias penosas y repetidas sin que el Estado responda mínimamente. Relatos de vidas en tragedia permanente mientras seguimos haciendo lo mismo sin presupuesto para prevenir cambiando el guion.

Y mientras se lo piensan, hay que considerar en incluir en nuestro “catálogo nacional”, la terrible violencia vicaria., una forma de violencia de género por la cual los hijos e hijas de las mujeres víctimas de violencia de género son instrumentalizados como objeto para maltratar y ocasionar dolor a sus madres, sin importar la “clase de madre” que sea. (La aclaración es por el caso concreto, no sea que alguien piense que, el sufrimiento del niño y su muerte fallida fuera justo castigo para esa infeliz).

Los actos de violencia que se ejercen contra las mujeres solo por el hecho de serlo se reconocen porque son ejercidos para causar un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coacción o privar arbitrariamente de la libertad, tanto si estos actos o amenazas se producen en la vida privada o en la vida pública, y la violencia vicaria, es una de las peores formas de estas violencias.

Es extremadamente cruel porque el agresor conoce el inmenso dolor que va a producir, un daño irreparable en tanto que la madre sufrirá durante toda su vida y además, convierte a los hijos/as o personas cercanas a la mujer, en víctimas directas suyas.

En nuestro país es necesario que identifiquemos este giro grave de la violencia machista que cambia la prevención de la misma desde toda la sociedad: se trata de la víctima y de su entorno inmediato.