Cada vez que una mujer es asesinada por su pareja o expareja (como ha sucedido en las últimas semanas), las noticias afloran indicando “el número de víctimas en lo que va de año en los casos de feminicidios”, las organizaciones protestan y la gente habla al respecto, pero, ¿es en realidad el feminicidio nuestro real problema? La respuesta es un No rotundo.
El feminicidio es la manifestación más desenfrenada y extrema del verdadero problema: la violencia de género.
Parece que ni siquiera los sociólogos han llegado a un consenso sobre lo que es el feminicidio a pesar de ser un problema tan viejo como el hombre mismo.
En consecuencia, en vez de centrar los ojos en el féretro, si bien se lamenta mucho el hecho, adonde tendríamos que fijar la mirada es en su origen, es decir, en la violencia de género, término que (dicho sea de paso) empezó a acuñarse después de la Conferencia de la ONU en Pekín, en 1995.
El feminicidio se basa en el abuso del poder; la violencia de género, en cambio, tiene diferentes puertas donde uno puede tratar de buscar la razón de tantos maltratos.
En nuestro país, la violencia contra la mujer tiene sus raíces más profundas en la pobreza económica.
Un caso reciente que terminó en tragedia ilustra cómo la pobreza influye en los niveles altos de agresión que sufren las mujeres.
Un hombre de 56 años mata a su pareja de 21.
Después de ver las fotos en las que él aparece sentado en una mecedora moderna con el semblante típico de un abuelo mientras ella está mirando su teléfono móvil, yo les pregunto: “¿Por qué otro motivo, que no fuese dinero, estaría una chica en plena juventud con un hombre bien entrado en años en una sociedad plagada de banalidad y materialismo sin límites como la actual?
En un mundo manipulado mayoritariamente por hombres, las mujeres siempre han buscado algún tipo de protección y seguridad, y esa protección abarca, sobre todo, el plano económico en los países de menor desarrollo, lo cual explica por qué la agresión a las mujeres abunda más en los países más pobres.
Y es que el hambre fuerza a que muchas dobleguen sus rodillas y pongan su dignidad a los pies de un hombre, especialmente cuando hay hijos de por medio sin pan que comer.
Ahora bien, este problema no se circunscribe simplemente a la falta de dinero, pues se alimenta también de la falta de educación tanto de los hombres como de las mujeres mismas.
Nos falta educación en la escuela y en la casa, y por ello, hemos llegado a un nivel en el que los valores morales han pasado a un segundo plano hasta un punto que, sin ánimos de querer crear confusión con lo dicho, en la mayoría de los casos, el orden imperante a la hora de entablar una relación es el de riqueza o belleza primero y el de la moral de la persona como segundo o tercero.
Al final, la mujer termina con un cardenal en un ojo o arrepentimiento de por vida. Nuestro país vive como nunca una cultura desenfrenada del sexo. Muchos niños, sin haber llegado todavía a la pubertad, ya tienen tanta experiencia como un adulto.
Sin que esto sirva de consuelo, ni República Dominicana, ni los otros países latinoamericanos, ni los países pobres en África o en Asia están solos en este problema.
En Francia, una mujer es asesinada cada tres días en promedio, algo que el mismo presidente Macron ha calificado como “la vergüenza del país”.
Casos similares pasan en Alemania y hasta en Dinamarca. Sí, la ejemplar Dinamarca para el mundo en materia de derechos humanos es hoy en día el país con mayor violación sexual en Europa. Y eso, que estamos hablando de países ricos.
Acoracemos a las mujeres dominicanas con educación para que puedan tener un trabajo digno y puedan ser más selectivas a la hora de elegir sus parejas.
Les aseguro que así reduciríamos ese flagelo significativamente y habría menos lágrimas vertidas y menos féretros esperando a una próxima mujer cruelmente asesinada.
El autor es periodista.