Fui a Barcelona por una semana y esta vez no fue a turistear. Por la Sagrada familia apenas pasé y por las históricas calles del barrio gótico caminé por pura casualidad, mientras buscábamos un restaurant para comer un arroz negro.

En este viaje fui a visitar amigos y los días fueron tranquilos, como los días cotidianos en casa, pero fuera de casa y con otro clima, otros paisajes, otras personas y ambiente.

Estuve en casa de Ani, una amiga argentina que conocí en Brasil y que hoy se retiró a un pueblito de Barcelona junto a su marido catalán.

Fue un lujo estar allí contemplando el mar desde la montaña, acompañarla a hacer pilates, yoga y clases aeróbicas. Ir con ella a caminar por la playa, al supermercado o a compartir con su madre en la residencia de ancianos donde vive.

También te podría interesar: Los nombres de mis calles

Hicimos juntas cosas de su cotidianidad, pero igual, ella siguió su ritmo de trabajo, yo seguí la mía y luego, en las comidas o en los trayectos, largas e interesantes conversaciones, compartir con otros amigos.

Visitar museos será para otro viaje. Esta vez mi mayor atractivo fue ver el sol con más brillo que el de la parte del mundo donde vivo, acercarme al calor con temperaturas de más de 15 grados de diferencia que en Bruselas.

Viajar también puede ser una manera de detenerse, de entrar a nuestro interior, de revivir otros tiempos y objetivamente viajar hacia el futuro.