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Mitomanía

Mitomanía

Pedro Pablo Yermenos

Cuando el amigo supo de su nombramiento, le dijo que tenía el candidato ideal para que fuera su conductor. Le habló maravillas de la persona. Chofer responsable, trabajador, discreto, servicial. Quedaron que lo entrevistaría, lo cual, ocurrió casi seguido. La primera impresión, tanto para el empleador, como para su familia, sobre las referidas cualidades, quedó confirmada, a lo que siguió la contratación.

No lo hicieron sin antes advertirle sobre las correspondientes e ineludibles condiciones, de manera particular las relativas a los principios y valores innegociables para quienes en lo adelante serían sus superiores. Se le hizo énfasis en la honestidad, en la obligatoriedad de que, ocurriera lo que ocurriese, la verdad jamás debía ocultarse.

Estacionaba su automóvil en una calle de una sola dirección, perpendicular a la avenida donde estaba ubicado el apartamento de los transportados, desde donde era visible dicho vehículo. Le dijeron que, al marcharse, no transitara en vía contraria aunque tardase en regresar a su casa. Una tarde fue visto haciendo lo contrario.

Cuando le preguntaron cuál ruta tomaba para irse, juró que nunca había violado la advertencia.
Al presentársele pruebas de su infracción, pidió perdón y aseguró que nunca volvería a mentir.
Al conocerse la deuda que garantizaba el vehículo que usaba, le ayudaron a saldarla.
Poco después se supo que ninguna de las informaciones que ofreció eran verdaderas.

No fue su papá quien suscribió el préstamo; no era él quien lo pagaba y no ayudaba a su mamá con la acreencia.
De nuevo la misma súplica de clemencia y el juramento de que sería la última vez que hablaría mentira.

Para rematar su situación, tuvo un accidente en el estacionamiento del edificio donde vivía la familia.
Al dar la noticia ofreció una primera versión que a todos, por diversos detalles, parecía inverosímil. Juró que decía la verdad y que podían revisar las cámaras.

Al insistírsele en las dudas que generaba su relato, no le quedó más que confesar su nuevo engaño.
La confianza en él estaba aniquilada. Dada la naturaleza de su trabajo, ese era un requisito imprescindible para mantenerlo. Suplicó por una oportunidad y se recriminaba por no haber sabido valorar su empleo ni aquilatar las características humanitarias de sus empleadores, lo cual, dejó grabado en diversos mensajes de voz.

Al ser desvinculado, visitó al amigo que lo había recomendado. Afirmó que nunca había mentido y habló pestes de sus patronos. Oh condición humana!