Opinión

Montaña del nirvana

Montaña del nirvana

Aunque en la historia de la fisiología humana el clítoris ha sido ignorado, maltratado y relegado a ridículos planos por aquellos que vieron en él la igualdad de placeres entre el hombre y la mujer, es justo situar a Hipócrates como su primer defensor, quien lo estudió y arribó al conocimiento de que el clítoris, tal como el falo masculino, “representaba el sello del placer femenino”.
Sin embargo, la exacerbación del hombre para asumir, no sólo la masculinidad como guía de la historia y con ella la de los resortes que la mueven, relegó su importancia en el gozo de la pareja humana a un esfumado donde sólo el hombre debía descollar, convirtiendo la cópula en una farsa.
Afortunadamente, surgieron en la historia de la medicina investigadores como el médico italiano Mateo Renaldo Colón y la

sexóloga Shere Hite, nacida en los EEUU y nacionalizada alemana. Mateo descubrió en el Alto Renacimiento el clítoris a través de las vulvas de su amante, tras ésta experimentar el fuego del goce sexual al ser frotado suave o ardorosamente. Mateo supo, así, la enorme importancia de este pequeño miembro de la mujer, llamándolo “amor veneris” en su tratado “De re anatómica”, publicada en 1559, el año de su muerte.

Por su lado, la sexóloga Hite, en su “Estudio de la sexualidad femenina” (1976), apoyado en los estudios sobre los comportamientos sexuales humanos de Masters y Johnson, Alfred Kinsey, y el “Mito del orgasmo vaginal” de Anne Koedt, aseguró que el 70% de las mujeres “no alcanzaban orgasmos mediante la penetración y sí mediante la masturbación y otras prácticas clitoridianas”.

Lo penoso del discurso fisiológico transcurrido entre Hipócrates, Mateo Renaldo Colón y el estudio de Shere Hite, ha sido la vapulación sufrida por la mujer, a quien se le condenó a no experimentar la realidad del goce sexual, condenándola al escarnio de sentirse endemoniada, poseída y maldita, cuando —en erección— su clítoris demandaba respuestas. ¡Cuánta infamia, cuánta degradación, cuánta afrenta al propósito sagrado del goce sexual como responsable de la procreación!
Por eso, advierto y distingo el clítoris, ese “amor veneris”, como un goce oculto entre un bosque de hebras, sigiloso, desolado e impaciente, que aguarda siempre la unción de la carne, el frote furioso de los cuerpos en el caos imperturbable del cosmos. Y al enroscarlo entre los dedos, siente la mujer amada un rumor de súplicas donde el éxtasis se disuelve con el cielo. Y es ahí donde brota la miel desde los labios, vuelan las palomas entre los senos y florece la primavera como un ensueño.
Si, el clítoris es un rayo que golpea la aurora, una oleada ardiente que inunda la lengua. El clítoris es la montaña del Nirvana, la ambrosía prometida en las quimeras, la misma muerte resucitada desde lo eterno… ¡para encumbrar los goces!

El Nacional

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