El PRD no es un partido de “narcos”, pero todos los “narcos” quieren estar en el PRD”. Así sentenciaba hace más de cuarenta años Marino Vinicio Castillo, la participación de los narcotraficantes en las actividades políticas, específicamente el perredeísmo.
Hoy aparecen nuevamente, y no por arte de birlibirloque, acogidos y anidados con respeto en la institución política resultante de la erupción de aquel volcán que fue la organización madre.
Tantos son los casos que podemos catalogarle de “narcoteca”, y tan osados son que resultan “conocidos” cuando son apresados y extraditados por la justicia norteamericana, y ante tal fealdad, la alta dirección del partido pretende vadear con piruetas verbales el tremendo obstáculo ético de convertirse en un “templo” de ese delito, llevando al límite la excusa de que todos los partidos políticos son cómplices y santuarios a la vez del crimen organizado.
Una verdadera paradoja, y no temporal, es que, a pesar de pretender justificar la participación en todas las entidades políticas, los únicos que resultan electos son precisamente los suyos.
Es por ello que el referente a través de esta experiencia es el conglomerado que ha obviado los deberes. Honesto sería hacer un acto de desagravio al pueblo dominicano ante hechos tan graves, pues si se tratare de exageraciones o simplezas, el asunto no merecería más que el olvido.
Pero no, es un agravio muy serio a aquellos que depositaron su confianza en esa organización; ha sido una deslealtad.
Entonces, no puede ser una simple excusa de que “se nos colaron”, y sin ánimo de “atosigarles” es necesario y urgente reconocerlo. Porque en sí, no es el dinero que aporte —difícil de evitar—, sino el rol de dirigir órganos del Estado, e incluso ¡legislar! Ese es el meollo.
Claro, ningún futuro negará el espectacular guiño con los mayores exponentes del narcocrimen, y todos sabemos lo que nos deparará el futuro inmediato: la desconfianza en quienes nos gobiernan y, al mismo tiempo, quienes nos causan el desasosiego y la turbación.

