La elección de Albert Ramdin como secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA) ha generado un renovado debate en torno al futuro de la institución, ya que la designación del diplomático surinamés, conocido por su amplia trayectoria y su papel previo en la OEA, viene acompañada de declaraciones que resaltan la importancia del diálogo, la escucha activa y la construcción de consensos, en un contexto en el que la organización ha sido históricamente percibida como un instrumento al servicio de los intereses de Estados Unidos. La visión de Ramdin representa una apuesta por redefinir la identidad y el rol de la OEA en el hemisferio.
La propuesta de Ramdin se enmarca en un intento de abrir nuevos espacios de comunicación e integración, en los que incluso aquellos países que han sido tradicionalmente marginados o cuestionados, como Venezuela, Cuba y Nicaragua, puedan participar de manera equitativa.
Este cambio de enfoque se fundamenta en la idea de que la construcción de un foro verdaderamente inclusivo y neutral permitirá superar las prácticas del pasado, donde la institución fue utilizada para legitimar intervenciones y respaldar regímenes autoritarios en beneficio de intereses hegemónicos.
Desde su creación, la OEA ha estado inmersa en una serie de episodios controvertidos que han marcado su trayectoria, por su actuación como un ente que opera bajo la influencia y al servicio de Estados Unidos, lo que se manifestó en su participación en intervenciones militares, como la invasión de la República Dominicana en 1965, su complicidad con regímenes autoritarios y en la justificación de cambios de régimen que derivaron en la consolidación de gobiernos represivos en países como Chile, Argentina y Paraguay, entre otros.
Este historial ha contribuido a consolidar una imagen de la OEA como un instrumento de poder que, a menudo, priorizó los intereses imperiales por encima de la soberanía y el bienestar de las naciones latinoamericanas.
En la narrativa histórica del organismo hemisférico también hay que destacar su papel en facilitar y legitimar golpes blandos, y en su silencio cómplice a violaciones de derechos humanos. Las intervenciones y apoyos a regímenes cuestionables han dejado una huella imborrable en la percepción regional, generando un escepticismo que aún persiste.
Este legado de complicidad ha contribuido a una visión crítica en la que la OEA es recordada como una extensión de la política exterior estadounidense, una percepción que el nuevo liderazgo deberá afrontar y, en la medida de lo posible, transformar.
La designación de Albert Ramdin abre una ventana hacia un posible replanteamiento de la política interna y externa de la OEA.
Por: Rafael Méndez
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