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Orlando y la corrupción

Orlando y la corrupción

Luis Pérez Casanova

Desconcierta que tuviera que ocurrir una conmovedora tragedia, que tuvo como víctima a un funcionario noble, educado, competente, responsable, honrado y decente, para que se evidenciara el cambio en la preservación de los recursos y respeto a las leyes operado en la administración pública. Pero al mismo tiempo para evidenciar el escabroso proceso que todavía se tiene que transitar para superar malas prácticas como el nepotismo, tráfico de influencias, amiguismo y apropiación del patrimonio estatal que han caracterizado el ejercicio del poder.

No complacer a un amigo de infancia con unos permisos irregulares para la exportación de baterías usadas fue la gota que colmó la copa. Miguel Cruz de la Mota entendía que por la vieja amistad y su aporte a la campaña que llevó el PRM al poder merecía lo que solicitaba, porque así ha sido siempre. Nunca aceptó ese no rotundo del ministro de Medio Ambiente, Orlando Jorge Mera, porque entendía que el poder lo puede todo.

Por la crisis de valores no sorprende que con los años de amistad Cruz de la Mota no llegara a conocer la integridad del funcionario, tal vez por la ecuanimidad de este, a quien quitó la vida y a quien hostigaba para que lo ayudara en un negocio ilícito.

La muerte de Jorge Mera es una señal de que ahora las cosas son diferentes; que la amistad, la militancia y hasta los significativos aportes económicos no son un pasaporte para privilegios. No se es tan ilusos como para asumir que la corrupción en todas sus manifestaciones se va a erradicar de la noche a la mañana. Sin embargo los detalles que han aflorado sobre el caso del ministro de Medio Ambiente indican que se avanza en el adecentamiento del ejercicio del poder.

A Jorge Mera lo mata una cultura política que tiene su némesis en la transparencia y el respeto a las leyes. Esa tradición, que tiene en el tráfico de influencias, el nepotismo, la impunidad y otras prácticas siniestras, es el arma que esgrime Cruz de la Mota contra el funcionario. Porque entendía que el poder es para usarlo y que los cargos públicos son oportunidades. Por su cabeza no podía pasar que su amigo no era el dueño de la posición que ocupaba y que tenía que ceñir sus acciones al marco de la ley. Simple y llamente porque no era lo que se estilaba.

Los que por intereses de cualquier naturaleza no están muy ofuscados, imbuidos de odios, malquerencias o apostando al fracaso tienen en la muerte del ministro de Ambiente una muestra de la necesidad de cambiar la cultura en el ejercicio del poder. Ese camino, sin renegar del pugilato político, hay que buscar la manera de ensancharlo lo más que sea posible para beneficio de la nación y en homenaje a un hombre que perdió la vida antes que sus principios.