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Pacheco, mi tíguere favorito

Pacheco, mi tíguere favorito

Alfredo Pacheco

A pesar de los consejos de mi hermano del alma, el ilustre periodista barahonero José Medina, para que no dejara de publicar mis artículos, lo cierto es que no tenía motivación para escribir. Estaba muy haragán.
Pero las últimas hazañas del presidente de la Cámara de Diputados, el abogado Alfredo Pacheco, me obligaron a romper ese letargo.

De hecho, el propio Pacheco debería escribir sus memorias. Si las cuenta bien —si describe sus vivencias como deben contarse—, serían, sin duda, un best seller. Entraría en la lista de los libros más vendidos.

Recuerdo cuando yo era reportero del Congreso para el periódico El Caribe. Conversando con el fallecido colega Radhamés González, del matutino Hoy, cada vez que Pacheco protagonizaba una de sus jugadas, él decía con asombro:
—Pacheco fuma debajo del agua…
—Pacheco sabe nadar y guardar la ropa.
—Él se sabe culebrear.
La destacada reportera Socorro Arias, de Diario Libre, lo bautizó como “el hábil vocero”. Y con razón: ese apodo le quedó como anillo al dedo en su época como vocero del PRD en la Cámara Baja. Fue uno de los artífices de la reforma constitucional que permitió al entonces presidente Hipólito Mejía aspirar a la reelección, navegando contra todos los pronósticos, vientos y mareas.

Su biografía tendría que contar cómo, con el respaldo de una parte de la prensa —yo incluido—, pero en contra de su propio partido y del gobierno, logró, en medio de un tiroteo, apagones, empujones y pescozones, arrebatarle la presidencia de la Cámara a una fiera política: la reformista Lila Alburquerque.

Más adelante, se embarcó en la carrera por la sindicatura del Distrito Nacional, pero el gobierno del PLD y Roberto Salcedo lo trituraron políticamente. Quedó en una situación económica difícil.

Recuerdo haberlo visto un día —muy cabizbajo y con el rostro lleno de preocupación— cruzando desde Ágora Mall hacia la Dirección General de Aduanas. Lo animé a que volviera al Congreso y aspirara otra vez a la presidencia de la Cámara.

Más recientemente, es digno de respeto cómo logró sobreponerse a la trágica muerte de uno de sus hijos en los Estados Unidos. Según se comenta, solo se le escuchaba tararear aquella canción de Rubén Blades: “Amor y control…”.
En los pasillos del Palacio Nacional, Jochi Vicente —el exministro de Hacienda, considerado uno de “los popis” del gobierno— solía decir a otros funcionarios cercanos al presidente Luis Abinader:
—Pacheco es mi tíguere favorito.

Y esa frase no fue gratuita. En una ocasión, se necesitaba aprobar un préstamo vital. Si no se aprobaba, un área clave del Gobierno se paralizaría financieramente. El PRM no tenía los votos suficientes: la opinión pública estaba en contra de los préstamos y también la oposición del PLD y la Fuerza del Pueblo.

Fue entonces cuando Pacheco jugó su carta maestra: negoció con un grupo de diputados que impulsaban la creación de la provincia Gregorio Luperón. Aunque sabía que era una propuesta inviable, les prometió todo su respaldo si votaban a favor del préstamo. Les juró que se iba a fajar por esa provincia.

Una vez aprobado el préstamo, jamás volvió a hablar del tema. Su estrategia tuvo dos objetivos: distraer a la opinión pública y lograr los votos necesarios.

En ese momento, el cronista deportivo Franklin Mirabal habría dicho su famosa frase:
—¡Lo engañó como un niñoooo!

Con el tema del aborto bajo las tres causales, Pacheco intentó quedar bien con Dios y con el Diablo. Se enfrentó con la primera dama, sus hijas e incluso con el propio Presidente, recordándoles que, si Luis Abinader estaba en el poder, era porque ellos —el PRM— se habían fajado a buscar votos hasta debajo de las piedras.

Sabiendo que las iglesias se oponían a las tres causales, les hacía el juego. Pero, para no perder puntos con los liberales y la sociedad civil, también decía que las apoyaba, aunque “no había votos suficientes para aprobarlas”. Así no peleaba con nadie: ni con los curas ni con los progresistas.

En fin, dejo esto aquí para no extenderme más. Ojalá Pacheco se anime a escribir su autobiografía, porque tiene muchas historias que contar: como cuando un periodista le pide apoyo publicitario, o un dirigente del PRM, que amanece frente a su casa, le suplica por un empleo o una ayuda. Él, siempre con una sonrisa, les dice:
—Vayan por allá, pasen por mi despacho, no dejen de ir…
Al final, nunca más lo ven.
Pacheco, definitivamente, no tiene palabra de gallero…
Tiene palabra de político dominicano.

Roberto Valenzuela

El Nacional

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